Podría subir a la red y finiquitar de un raquetazo el intercambio de coincidencias que mantenemos últimamente Motta y yo, pero no, yo mantengo la posición y perpetuo por el momento este maravilloso punto.

Porque sí, al igual que él, con un segundo visionado he hincado la rodilla hasta el fondo, y en momentos incluso llegando a amenazar al vecino de abajo con una gotera.

Una maravilla, sí. Lo que no vi en el cine lo vi el otro día, incrustado en el sofá y con la sensibilidad a flor de piel.

Pocas películas ha facturado el cine reciente tan desbordantes de fatalismo, desolación y angustia, con tanta resignación serigrafiada en cada fotograma, y con semejante galería de carismáticos perdedores seduciéndote irremisiblemente.

Me sigue pareciendo inferior a la excelsa Mystic River, y hay cosas que me chirrían como la caricaturesca familia de Swank o la leve sensiblería que asoma su pezuña de vez en cuando, pero en esta ocasión los pros ganan a los contras, quizá porque Eastwood tiene el martillo pilón de Forlán y la chistera de Agüero cuando le sale de las pelotas.