Media votos
5,0
Votos
3.298
Críticas
5
Listas
12
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Javier:
8
7,7
2.749
Comedia
Una pareja de recién casados se traslada a su nuevo hogar... que deben montar pieza a pieza, pues se trata de una casa prefabricada. Un antiguo pretendiente de la novia, reconcomido por los celos, cambia la numeración de las piezas de la casa, lo que hace que al armarla, el resultado final no sea exactamente el deseado.
5 de julio de 2011
34 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un gran número de películas en las que el matrimonio es realzado como punto de culminación, evento que resuelve cualquier brote contradictorio en los personajes principales y que a fin de cuentas constituye realización personal. Son minoría aquéllas en las que el tema radica en las dificultades o imposibilidad de la vida en pareja, teniendo expresamente como punto de partida el matrimonio —“Las campanas de boda tienen un sonido muy dulce, pero un eco bastante ácido”. En esta primera incursión oficial detrás de cámaras, Keaton narra las aventuras y desventuras de un matrimonio durante su primera semana de formación.
Los tórtolos en cuestión tendrán como lecho una inverosímil casa que pareciera sacada de la escenografía de alguna película del expresionismo alemán, infortunado refugio de destino marcado incluso antes de su construcción, siendo además representación geométrica de la colisión de dos fuerzas en constante oposición: la primera es interna, íntima y radica en la perseverancia de los enamorados; la segunda es externa, amenazadora y se funda en el encono del pretendiente rechazado (*).
El aparente rostro impávido de este personaje es capaz de desatar el caos con tan sólo un cambio en la mirada o un simple pestañeo. Es lo que sucede al inicio de ‘One Week’ cuando al darse cuenta de haber sido apartado de su amada por el chofer celoso, un cambio en su expresión es motivo e impulsa el sinfín de hazañas e incidentes de la historia, apoyado sobre la lucha de las dos fuerzas y valiéndose mejor que nadie de un frenesí de gags para nada gratuitos, siempre marcando una determinada acción necesaria para la narración (**). Ayuda mucho a la impresión que genera este tipo de humor visual la impasibilidad del rostro del personaje creado por Keaton, pues propicia una mayor concentración en los movimientos corporales, de una elasticidad y fuerza que rozan los limites de la física. Keaton posee un control absoluto sobre cada uno de sus músculos y es capaz de enredar su cuerpo con la energías cinéticas de su entorno sin salir gravemente lastimado.
Precisamente el caos que podía desencadenar esta bomba de tiempo fue destino especial del aplauso de los surrealistas en el siglo 20, quienes vieron en su trabajo la elaboración automática y ordenada de un mundo creado por el inconsciente sin tener que recurrir a la dimensión onírica, sino instalándolo en la propia vida cotidiana. También fue celebrado por los dadaístas, quienes vieron un gran potencial subversivo en sus alocadas escenas que implicaban sutiles ataques a la autoridad —quien sea que lleve puesto un uniforme— o a las nociones de orden y estabilidad de la clase dominante, en particular donde el rico tiene el poder, la clase media es conformista, el sumiso se acomoda y las mujeres están seguras y felizmente casadas. En definitiva, esta forma de comicidad es encomiable por ser una herramienta incluso aún más lúcida que la tragedia para retratar el absurdo de los avatares de la vida humana.
Los tórtolos en cuestión tendrán como lecho una inverosímil casa que pareciera sacada de la escenografía de alguna película del expresionismo alemán, infortunado refugio de destino marcado incluso antes de su construcción, siendo además representación geométrica de la colisión de dos fuerzas en constante oposición: la primera es interna, íntima y radica en la perseverancia de los enamorados; la segunda es externa, amenazadora y se funda en el encono del pretendiente rechazado (*).
El aparente rostro impávido de este personaje es capaz de desatar el caos con tan sólo un cambio en la mirada o un simple pestañeo. Es lo que sucede al inicio de ‘One Week’ cuando al darse cuenta de haber sido apartado de su amada por el chofer celoso, un cambio en su expresión es motivo e impulsa el sinfín de hazañas e incidentes de la historia, apoyado sobre la lucha de las dos fuerzas y valiéndose mejor que nadie de un frenesí de gags para nada gratuitos, siempre marcando una determinada acción necesaria para la narración (**). Ayuda mucho a la impresión que genera este tipo de humor visual la impasibilidad del rostro del personaje creado por Keaton, pues propicia una mayor concentración en los movimientos corporales, de una elasticidad y fuerza que rozan los limites de la física. Keaton posee un control absoluto sobre cada uno de sus músculos y es capaz de enredar su cuerpo con la energías cinéticas de su entorno sin salir gravemente lastimado.
Precisamente el caos que podía desencadenar esta bomba de tiempo fue destino especial del aplauso de los surrealistas en el siglo 20, quienes vieron en su trabajo la elaboración automática y ordenada de un mundo creado por el inconsciente sin tener que recurrir a la dimensión onírica, sino instalándolo en la propia vida cotidiana. También fue celebrado por los dadaístas, quienes vieron un gran potencial subversivo en sus alocadas escenas que implicaban sutiles ataques a la autoridad —quien sea que lleve puesto un uniforme— o a las nociones de orden y estabilidad de la clase dominante, en particular donde el rico tiene el poder, la clase media es conformista, el sumiso se acomoda y las mujeres están seguras y felizmente casadas. En definitiva, esta forma de comicidad es encomiable por ser una herramienta incluso aún más lúcida que la tragedia para retratar el absurdo de los avatares de la vida humana.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
* Al final, la pareja se ve forzada a trasladar la casa entera con su pequeño coche, tras una artimaña del acechador al cambiar el número de lote del terreno. Cuando en un momento ésta queda sobre unos rieles, la pareja se resigna y procede a cerrar los ojos ante la pronta destrucción por un tren, pero al abrirlos la casa está intacta y la ilusión los embarga. La alegría dura poco porque segundos después un tren en dirección contraria aniquila la casa en su totalidad: una fuerza venció a la otra, aunque la pareja se mantiene unida.
** Entre gag y gag hay una secuencia que capta especialmente mi atención: mientras Buster da los últimos toques a la fachada de la casa, un plano fijo horizontal nos muestra el perfil de su joven esposa, una líndisima Sybil Seely, tomando un baño cuando repentinamente se le escurre el jabón de las manos, cayendo fuera de la tina, por lo que se dispone a apoyarse para recogerlo, lo que implicaría descubrir frontalmente sus senos a la cámara; pero, cuando el momento mágico está por ocurrir, Sybil mira con ligero asombro al espectador —y nos sorprende a la vez—, una mano sin dueño irrumpe y cubre el lente de la cámara, e inmediatamente después Sybil nos sonríe con picardía mientras contínúa jabonándose. Sin embargo, el ojo curioso habrá notado que antes de que el jabón resbale un pezón pardo se dejó apreciar parcialmente cubierto por el agua. ¿Quiere esto decir que la mano (del autor) es entonces una mano complice y no una mano que censura?
Este quiebre narrativo —utilizado medio siglo después por Godard o en los 90 por Haneke— supone un diálogo con el espectador en el que el actor se aparta por un momento de su personaje y el cine consciente de sí mismo se revela como un artificio. Por tanto, podría tratarse entonces de un acto de sedición en el cual Keaton muestra algo en un espacio donde cree que debería pero que sabe prohibido. O podría tratarse de una llamada de atención al espectador para que ajuste la vista y tome un rol activo, olvidando la imagen explícita y el mensaje fácil, viendo donde aparentemente no se ve. O, en un acto de genialidad, podría tratarse de la conjugación de ambas proposiciones en una sola movida estratégica.
** Entre gag y gag hay una secuencia que capta especialmente mi atención: mientras Buster da los últimos toques a la fachada de la casa, un plano fijo horizontal nos muestra el perfil de su joven esposa, una líndisima Sybil Seely, tomando un baño cuando repentinamente se le escurre el jabón de las manos, cayendo fuera de la tina, por lo que se dispone a apoyarse para recogerlo, lo que implicaría descubrir frontalmente sus senos a la cámara; pero, cuando el momento mágico está por ocurrir, Sybil mira con ligero asombro al espectador —y nos sorprende a la vez—, una mano sin dueño irrumpe y cubre el lente de la cámara, e inmediatamente después Sybil nos sonríe con picardía mientras contínúa jabonándose. Sin embargo, el ojo curioso habrá notado que antes de que el jabón resbale un pezón pardo se dejó apreciar parcialmente cubierto por el agua. ¿Quiere esto decir que la mano (del autor) es entonces una mano complice y no una mano que censura?
Este quiebre narrativo —utilizado medio siglo después por Godard o en los 90 por Haneke— supone un diálogo con el espectador en el que el actor se aparta por un momento de su personaje y el cine consciente de sí mismo se revela como un artificio. Por tanto, podría tratarse entonces de un acto de sedición en el cual Keaton muestra algo en un espacio donde cree que debería pero que sabe prohibido. O podría tratarse de una llamada de atención al espectador para que ajuste la vista y tome un rol activo, olvidando la imagen explícita y el mensaje fácil, viendo donde aparentemente no se ve. O, en un acto de genialidad, podría tratarse de la conjugación de ambas proposiciones en una sola movida estratégica.