Durante un tórrido verano en Louisiana, dos hermanas se enamoran del mismo chico. Es la cosa más tonta de trama pero es Robert Mulligan quien dirige y ah...el tema cambia. Pocos como él para plasmar de forma indefinible en una pantalla la sensación de aquello que se fue y nunca volverá a retornar. Y las travesuras de las hermanas en los idílicos paisajes sureños rebosan esa sensación indefinible. La nostalgia se apodera de la historia antes incluso de que la historia cree hueco para fermentar la nostalgia.

La película se desarrolla con calma y el director trabaja con cuidado en el detalle, en la composición de escena, en esculpir lentamente el devenir del drama y dirige con todo acierto a una plantilla de actores casi desconocidos, pero naturales, cálidos y cercanos. De ellos destacaría a Sam Waterston, muy comedido, a Gail Strickland como la hermana mayor (una de las caras más bellas que he visto en una película) y a la única del reparto que prosperó, una Reese Whiterspoon niña muy mona, antes por fortuna de que le creciese la barbilla hasta el ombligo.

Más de uno recordará con cariño y tristeza los años de adolescencia y sus miedos, preocupaciones, angustias y alegrías, plasmadas con tanta sabiduría por el gran Mulligan.