En el triunvirato que forman los componentes del acoso escolar intervienen: verdugo, observador y víctima. El verdugo es el brazo ejecutor y el observador es la persona que no te mataría, pero que pasaría de largo si te viese agonizar ante sus ojos. Tan deleznable es el uno como el otro.

La víctima es, asimismo, verdugo. Y el verdugo, víctima. En "Klass" se va al extremo para demostrar este axioma, pero no es necesario. Es evidente que su valor principal no reside en la cinematografía, sino en la causa que defiende y con la que se moja y consigue mojar a un espectador tan horrorizado con lo que ve como traicionero a sus propios recuerdos, ya sean desde el punto de vista de la víctima, del verdugo o del mero observador.

"Klass" es una película indignante, en el buen sentido. Pues cuando sientes rabia, impotencia, perplejidad y ultraje ante lo que estás observando, significa que al menos hay una parte de tu persona que funciona sanamente: la empatía. Por supuesto, dista mucho de ser una película agradable de ver y de la que luego no te da por comentar su estupenda fotografía o veraces interpretaciones (y quienes lo hagan, olé sus huevos. Yo me declaro incapaz).

Se busca reflexión, reflexión que se inicia visceral, hasta que se posa y señalamos con el dedo, punto a punto, las debilidades de un mundo enfermo donde se admiten este tipo de comportamientos y en ocasiones, incluso se alientan. En el que todos son (somos) víctimas de una muy mala educación.

Por supuesto, hay que ver "Klass". E indignarse. Y mojarse hasta la coronilla. Y abandonar el papel de observadores, porque el acoso escolar sólo es la antesala del acoso laboral y del acoso moral, porque este mundo ya está suficientemente enfermo, porque la pasividad de hoy se traduce en los adultos tarados del mañana y porque jamás de los jamases se debe consentir que nadie tenga el nefasto poder de arruinarle la infancia a un niño.

(como se la arruinaron a mi pequeño, raro y taciturno hermano, que nunca buscó vengarse)