Thriller oscuro como el betún que finiquitó de un plumazo el buenismo redentor habitual en el género e inauguró una corriente de films nihilistas comerciales que, a la postre, jamás alcanzarían su calidad.

Prescindiendo de consideraciones apriorísticas sobre la capacidad del público de aceptar finales abiertamente negativos, el guión se mete de lleno en un barrizal con el único objetivo de exponer una tesis sobre nuestra época basada en el pesimismo, la crudeza, el realismo y la más desesperante tristeza.

Más allá de la hipérbole y los fuegos artificiales que cruzan la trama y la pantalla de cabo a rabo; más allá incluso de las tramposas licencias que se toma el guionista para llevar las situaciones al lugar que le interesan por encima de coherencias o credibilidades, el aplomo de la historia y su tesis evidente, explícita, se adueñan de todo. Algo de certero, pues, deben contener en ellas.

Desde el principio hasta el fin, el trabajo del técnicamente brillante David Fincher (y su equipo) y los talentosos Freeman, Pitt y Paltrow se somete a un guión implacable, al cual se le perdonan todas sus trampas en pos de una historia genialoide y mesiánica, acaso pamfletaria, pero tremendamente eficaz en su empeño de divulgar la llegada del apocalisis de nuestra civilización y nuestro tiempo. Tristeza y negatividad para todos los públicos en un film que aún no ha sido igualado en su género. Una rara y espectacular, entretenidísima genialidad.