Tengo que reconocer que Ingmar Bermang es casi un desconocido para mí, ya sé que declararse gran aficionado a esto del cine y a la vez admitir lo anterior es casi un sacrilegio, pero es cierto, he visto muy poco de su extensa obra y lo que vi ni me convenció demasiado ni creo que tampoco llegara a captarlo del todo, la primera impresión es ¡Qué tostón de tío! Y qué lento y enrevesado es su cine.
No me entusiasmó Saraband, que al parecer tampoco está entre sus mejores propuestas, es su última película y en su trayectoria las hay bastante mejores.
Pero si me gustó, incluso su especial estructura, nunca más de dos personajes en pantalla y dividida en varios capítulos, creo que empecé a captar algo de la profundidad de sus diálogos y de los sentimientos que le inquietaban o casi le obsesionaban.
Esta cinta nos presenta una buena muestra de ellos, ese odio irreconciliable entre seres tan cercanos, ese amor enfermizo rozando el incesto, ese pasado oscuro con algunos episodios imposibles de tocar.
El universo de Bermang he leído que está poblado de algunos fantasmas que le acompañaron a lo largo de su vida. Estos fantasmas son visibles también en Saraband y ello no está bien ni mal, simplemente es así.
Lo que sin duda posee ésta película es un guión muy consistente que ahonda en los sentimientos de una manera cruel, incluso despiadada, aquí se nos demuestra con meridiana claridad que no es necesario recurrir al taco o la palabrota, ni levantar la voz para darle fuerza e intensidad a las situaciones, más bien al contrario, basta con combinar sabiamente los sentimientos con las palabras idóneas y contar con unas interpretaciones de lujo, como las que aquí nos regalan sobre todo las dos actrices.
Dicho así parece fácil pero también hay que poseer algo de talento, y eso no está al alcance de todos.