Camino no es ni más ni menos que un regalo para los sentidos. Una mezcla acertada de lo humano y lo espiritual en un mismo escenario. Este homenaje al cine, nos hace olvidarnos durante algo más de dos horas, de las grandes superproducciones, y bajar al mundo real, donde hay sufrimiento, amor y esperanza. Un mundo donde, en ocasiones, nos tenemos que enfrentar a grandes batallas y luchar por seguir manteniéndonos en pie, pese a las dificultades que nos asaltan y por muy duro que sea el recorrido.

Algunos creen que las buenas películas son americanas. Pues bien, Camino es española.
Muestra valores como el respeto, el compromiso y la humanidad, tan olvidados a veces por la sociedad. Pero también la angustia, el padecer y el dolor. La película, no exenta de polémica por evidenciar la doctrina del Opus Dei, revela una crudeza de imágenes endulzada con un mundo mágico imaginado por la protagonista, donde todo es fantasía e ilusión. Precisamente por esto, es por lo que Camino se diferencia del resto de películas. Habrá quien opine que su triunfo se ha debido a su facilidad para arrancar unas lágrimas. Pero es inevitable. Para presentar una historia como ésta, para contar su mensaje, es necesario apelar a la emoción, el coraje y, en definitiva, a los sentimientos. De otro modo, sería engañar al espectador, y someterlo a contemplar algo vacío e inerte.

Gran interpretación de Carmen Elías, que sobrecoge con su verosimilitud y su mirada, en ocasiones aterradora e intimidatoria, y Mariano Venancio, a quien este año le fue arrebatado el premio Goya por un guerrillero. Ellos, junto con el resto de los personajes de Camino simbolizan una idea, un estado de ánimo, una actitud ante la vida. Una vida que no puede, ni debe, pasar desapercibida.