Desgraciadamente, pululan petrimetres seudo intelectuales que se quejan de que la película es muy larga, o (qué originales) que la historia está muy vista....huyan como la peste de esta gentecilla. Les arruinarían hasta una partida de cartas en una tarde lluviosa de domingo.

Sidney Pollack en estado de gracia nos cuenta una mágica historia de amor, sí. De amor a la tierra, a los espacios abiertos, a la cultura que el hombre blanco nunca supo entender ni, mucho menos, respetar; de amor a los cielos, a los animales, a la lluvia... a los espíritus libres, y a aquellos no tanto.

No voy a indicar los orígenes o en qué está basada esta monumental película (lean cualquiera de los otros muchos comentarios).

Hay mucho de nostalgia de un tiempo que ya no regresará en esta película. Algo que Finch Hutton sabe percibir muy bien. Y ese algo es el que nos transmiten los personajes del filme, empapándonos hasta los huesos y quedándose ahí para removernos por dentro.

Una maravillosa fotografía. Unos actores metidos hasta el tuétano en sus papeles (excelsa Meryl Streep, pero también Robert Redford y Klaus María Brandauer); una historia sencilla pero apasionante y la descomunal banda sonora del grandísimo John Barry (ganador de tres Óscars de la Academia), hacen el resto.

Crítica también al feroz colonialismo europeo, en especial, el británico. Ese que pasa por ser ejemplar, cuando en realidad arruinaron todo aquello donde metieron el hocico. África repartida como los cromos de un álbum. Nunca hemos entendido, que no les hacíamos ninguna falta. Nuevamente, Denys lo sabe. Y al final, la baronesa, también lo comprenderá.

No se la pierdan y disfrútenla sin prejuicios. Viajen a África y déjense atrapar por sus llanuras y habitantes. Una lástima que vivamos ya en un mundo donde todo está ya reglado, vallado y sin ningún tipo de emoción a la altura del alma humana.

Recomendable al ciento por ciento.