En el cine de Orson Welles nada es casual. Cada fotograma tiene su razón de ser. Cada ángulo tiene su sentido. Los primeros planos son pura expresión. Da la impresión que Welles en lugar de ojos tiene objetivos y en el sitio de la cabeza hay una cámara. Y esto se nota también en La dama de Shanghai, un magnífico trabajo que podemos encuadrar en el género del cine negro, ya que en el film encontramos la mayoría de elementos distintivos de este tipo de cine, mujeres fatales, gente con dinero y sin escrúpulos, policías y tipos corrientes a los que el azar o las circunstancias adversas han colocado ante una situación límite.

Bajo mi punto de vista La dama de Shanghai, siendo digna hija de Welles, no es su mejor obra. Ciudadano Kane, ó incluso El cuarto mandamiento manipulada por la productora, la superan. Pero esto no es óbice para reconocer sus méritos y valores, por ejemplo los diálogos. Son de lo mejorcito que he oído en mucho tiempo. El razonamiento acerca de lo que es un “tipo con personalidad” es absolutamente genial. La historia de los tiburones que se devoran entre si, para enmarcar. Y esto es solo una pincelada, que hay mucho más. En la interpretación destacaría a Everett Sloane genial (y con su cara de lagarto a cuestas) tanto en sus sobriedades como en sus borracheras.

Pero miren, hay cosas que van a ser que no. Ver a nuestra querídisima Gilda de rubia platino va a ser que no. Pregunten al Morgan Freeman de Cadena Perpetua que le parece la Hayworth de tal guisa. Ver a Orson Welles dando mamporros en el parque resulta un tanto artificioso y poco creíble y va a ser que no. E incluso ver a un marinero hecho, derecho y con fama de duro entrar al trapo de las pamplinadas del socio (Glenn Anders, en una actuación ciertamente magnífica) pues también va a ser que no.

Pero haciendo balance de síes y noes el resultado es altamente positivo. Sin duda. Disfrútenla.