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Voto de McTeague:
9
7,0
1.135
Musical. Romance. Comedia
Sonia es una viuda, inmensamente rica, de Marshovia, pequeño país centro europeo del que controla la mitad de la riqueza. El país depende de que ella gaste su dinero en él, así que, cuando se traslada a París porque no logra encontrar marido, el rey envía al Conde Danilo a cortejarla y traerla de vuelta. Si no lo consigue, se le formará consejo de guerra... (FILMAFFINITY)
24 de febrero de 2011
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que, sí, esta película es una chorrada. Que nadie busque aquí la aguda sátira política de Ninotchka o el sano choteo de Ser o no ser; ni siquiera el trasfondo social o subversivo de “Un ladrón en la alcoba” y “Una mujer para dos”. Esto es escapismo puro y duro para tiempos de crisis, pero Lubitsch, puesto a ser superficial, decide tirar la casa por la ventana y hacer el escapismo más exuberante que se podía concebir en 1934. Ya desde el principio, como era habitual en sus operetas, la realidad se borra de un plumazo y nos situamos en un país imaginario de una Europa central de cuento, visualizada como un delirio entre art-decó, rococó y kitsch. Y a partir de ahí decide llevarnos en volandas, de canción en canción, de escenario imposible en escenario imposible, a través de una historia, como casi todas las suyas, de infidelidades sobre las que se hace la vista gorda en nombre del disfrute y la comprensión de las debilidades de cada uno. Pero la historia, evidentemente, es lo de menos. Lo más importante es meternos directamente en un sueño, en lo que sería el cielo si le dejaran a Lubitsch diseñarlo: flirteos y hedonismo eternos en escenarios extravagantes con fuentes que manan champán.
Pero para moverse por el cielo, claro, hace falta ligereza, y ahí es donde reside el mayor triunfo de Ernst. Si Eisenstein había demostrado pocos años antes que el montaje era una de las herramientas fundamentales del cine para generar sentimientos, enardecer al público y expresar ideas de la manera más intensa, aquí Lubitsch se propone demostrar, y lo consigue, que también es la herramienta perfecta para generar placer, y esta película es algo así como el acorazado Potemkin de los musicales, con permiso de Minnelli y Donen. Desde el principio los cortes llevan con fluidez insuperable de un personaje a otro y de una escena a otra, pero además poco a poco va introduciendo la magia, en la manera de hacer pasar los meses como páginas de un diario, en la manera en que el luto se convierte en alegría con un simple golpe de tijera en la sala de montaje, en la manera en que los personajes parecen volar de Marshovia a París, y una vez en París parece que las calles se doblegaran a los deseos de los protagonistas y se hicieran más cortas para que ellos puedan llegar antes a Maxim’s. Hay varias cumbres aquí en las que dan ganas de quitarse el sombrero ante la gracia de Lubitsch con los encadenados, como ese “Da-ni-lo” dicho por tres mujeres en tres puntos distintos pero convertidos en uno solo, como colofón perfecto a los múltiples “Danilos” con que se abre la película; (sigue en spoiler)
Pero para moverse por el cielo, claro, hace falta ligereza, y ahí es donde reside el mayor triunfo de Ernst. Si Eisenstein había demostrado pocos años antes que el montaje era una de las herramientas fundamentales del cine para generar sentimientos, enardecer al público y expresar ideas de la manera más intensa, aquí Lubitsch se propone demostrar, y lo consigue, que también es la herramienta perfecta para generar placer, y esta película es algo así como el acorazado Potemkin de los musicales, con permiso de Minnelli y Donen. Desde el principio los cortes llevan con fluidez insuperable de un personaje a otro y de una escena a otra, pero además poco a poco va introduciendo la magia, en la manera de hacer pasar los meses como páginas de un diario, en la manera en que el luto se convierte en alegría con un simple golpe de tijera en la sala de montaje, en la manera en que los personajes parecen volar de Marshovia a París, y una vez en París parece que las calles se doblegaran a los deseos de los protagonistas y se hicieran más cortas para que ellos puedan llegar antes a Maxim’s. Hay varias cumbres aquí en las que dan ganas de quitarse el sombrero ante la gracia de Lubitsch con los encadenados, como ese “Da-ni-lo” dicho por tres mujeres en tres puntos distintos pero convertidos en uno solo, como colofón perfecto a los múltiples “Danilos” con que se abre la película; (sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
pero la apoteosis llega con el vals final, donde el blanco y negro nunca había parecido tan colorido. Masas de bailarines que literalmente saturan el cuadro, espejos que multiplican la imagen al infinito, cortes rítmicos… Lubitsch consigue que la definición de “cine musical” no sea “cine con canciones”, sino “imágenes que se mueven como música”. Busby Berkeley había introducido muchas innovaciones en el género, Astaire-Rogers harían piezas más populares del género, pero Lubitsch ya lo había llevado a la perfección y a la saturación expresiva, destrozando todo atisbo de teatralidad que todavía se podía detectar en el resto de musicales. A partir de aquí, claro, al género no le quedó más remedio que estancarse un poco hasta que a mediados de los 40 llegó el señor Minnelli a darle aire fresco. Pero la primera cumbre, esa no se le puede negar al Sr. Lubitsch y su Acorazado Marshovia.