Eastwood, nada menos
Lo repito con cada película de Clint Eastwood: le considero el mejor director vivo y uno de los más grandes de la historia del cine. Espero que así se acepte más fácilmente mis reflexiones con motivo de 'Mula', su última película por el momento, ya que el año que viene sólo tendrá 90 años y el ha confesado, recientemente, que cuando se dé cuenta de que el cine deja de ser su trabajo por excelencia, lo dejará.

De modo que me faltó el tiempo para ir a ver su film en una gran sala, en día laborable y con poca gente, esto es, en horario para jubilados que, como él, conservan el deseo de vivir y emocionarse con la vida. Y lo hice sin importarme en absoluto que los críticos no la consideren dentro de lo mejor de su filmografía porque, como me ocurre con todos los genios del arte, lo importante es su capacidad de transmisión emocional y su impecable factura técnica.

Coproducida por el propio Eastwood, a través de su The Malpaso Company, el guión de Nick Schenk, muy enjuto pero profundo y con substanciales diálogos intimistas, está basado, sólo en su estructura de partida, en la historia real de un nonagenario, Leo Sharp (EEUU, 1924-2016), que en la última etapa de su vida acabó haciendo de 'mula' del Cártel de Sinaloa, como contó Sam Dolnick en The New York Times, en 2014.

Pero es, evidentemente, en el cine de Clint, siempre es un pretexto. Lo importante es cómo lo cuenta. Esta vez, en su doble trabajo de director y de formidable actor. Desde esa distancia contemplativa -que el maneja como nadie- a fin de que el espectador administre, a su vez, cómo quiere contemplar esa obra de arte. Es decir, reflexionando sobre la reflexión de un Eastwood que asienta establemente a su personaje icono, de modo que siempre sobreviva, atentamente, sorteando una sociedad -y a su propia familia- que nunca acepta de buen grado al ciudadano individualista, escéptico, solitario, seco, irónico, ácido, que se arrepiente de pocas cosas y, desde luego, a toro pasado.

Técnicamente, como de costumbre, la película es una delicia clásica. La cámara, con bellísimos planos de infinitas carreteras, trabaja con seguridad y sin tomas de fortuna u otras lindezas tecnológicas. La fotografía de Yves Bélanger capta a la perfección las pretensiones de Clint. El ritmo, pretendidamente lento, de paladeo, queda subrayado por un sólido montaje de Joel Cox.

La interpretación coral es todo lo correcta que precisa que los personajes secundarios cumplan con su papel de simples acompañantes del único protagonista principal. Destaca el trabajo de Dianne Wiest, Andy García y de Alison Eastwood, hija del director. No así la interpretación de Bradley Cooper, que me resulta absolutamente gélida. La ambientación goza de la calidez habitual en su cine y la banda sonora, a cargo del músico cubano Arturo Sandoval, cumple brillantemente con su papel, ayudada por incorporaciones musicales muy destacables [ver ficha técnica].

De modo que se trata de una emotiva tragicomedia, que ofrece saludables singularidades: garantía de calidad; el actor, vitalista, protagoniza al director; conservador y tradicional, que no racista ni homófobo; displicente con la corrección política y las movidas identitarias; ajeno a las nuevas tecnologías en la medida que empequeñecen el facto humano; sobriedad, naturalidad y credibilidad; respeto al espectador; profunda reflexión bajo formas sencillas; valor de la experiencia; no hay mal que por bien no venga; el deterioro como valor.

En fin: de como salir a respirar a la superficie cuando ya nos inunda un cine parejo a actual decadencia social.

Una delicia contemplativa de cómo Eastwood reflexiona sobre su sociedad y la vida, en sus últimos años [8 sobre 10]

El quicio de la mancebía [EQM]
https://elquiciodelamancebia.wordpress.com/2019/03/16/mula-eeuu-2018-de-clint-eastwood