Con tan refrescante film, no hace falta la cerveza para bajar la pizza. Hablando de pizza, este misterioso nombre, hace referencia a una forma de referirse a los vinilos en los EEUU de los 70'. Así de importante y cuidadosamente elegida fue la banda sonora del film. Por supuesto que la amé. Pero no fue lo que más disfruté.
Para mi, lo mejor en esta historia de amor adolescente (en donde la historia de amor adolescente viene y se va del eje de la historia constantemente) es la delicadeza del guión. Por favor, que bien escrita, que excelente timing para la entrada y salida de escenas, para los diálogos y las acciones de les actores: esto es saber montar el film desde el guión. Don Anderson es un cineasta con todas las letras y da muchísimo gusto ver cine bien hecho. Sobre todo durante los tiempos que corren. En los cines de mi ciudad este tipo de películas no duran más de un par de semanas en cartelera, si es que llegan.
Igual quiero dejar de lado mis ideas cultu-elitistas un rato. No soy esa clase de persona. O bueno, un poco sí. Es frustrante que estas películas no tengan la relevancia que merecen. Arrastré algunas personas a ver la película conmigo (personas que no consumen cine independiente ni nada por el estilo) y la disfrutaron muchísimo, así que no hay excusa. Porque esa frescura que menciono al principio, hace referencia a una acción, un devenir de la historia ligero. Fundamentalmente, gracias a los pases de comedia constantes y a la efervescencia de Alana Haim (me pongo de pie). Pero lo ligero no la hace carente de contenido valioso.

La película es una invitación a correr. Pero a dejar de hacerlo solos. Y eso es muy bello.