Para mi es su obra maestra y por ella el tiempo no pasa. Con un argumento que en otras manos hubiera sido poco verosímil, en las suyas se convierte en una absorbente historia de suspense y amor y es que la tensión amorosa entre Grant y Bergman casi se respira.

Las secuencias son magistrales, con aquella fiesta en la que se va acabando la bebida y a medida que desaparecen las botellas nuestra inquietud va en aumento llegando a perderse casi el aliento, o aquel plano majestuoso desde lo alto hasta llegar a la mano en la que ella esconde la llave.

La resolución no podía ser mejor: la mítica escena de la bajada por la escalera que conduce a la salida, en la que Hitchcock maneja el tiempo como no se había hecho desde Eisenstein.