Es el año 1952, en plena posguerra en la extinta URSS, un esgrimista llega a un pequeño pueblo de Estonia para trabajar como profesor de educación física en la escuela del lugar, está huyendo de Leningrado para ocultarse ya que años antes fue forzado a colaborar para el ejército alemán y ahora es considera un traidor por las autoridades soviéticas.

Apenas llegar se da cuenta que no tiene los implementos necesarios para realizar su labor, por lo que decide dar clases de esgrima a sus alumnos, ante el entusiasmo de los chicos y la oposición de las autoridades de la escuela, deberá partir desde cero para armar un equipo competitivo para acudir a un torneo que lo llevará de regreso a Leningrado.

Siguiendo a rajatabla el manual de películas ambientadas en la posguerra, esas que narran las heridas abiertas de un conflicto que según la geografía donde se ubica, se va direccionando a una nueva problemática, en este caso la paranoia en ambos bandos de la guerra fría, la nueva película del realizador de ‘Adiós mamá’ se encamina sin riesgos y sin sobresaltos a contar una historia que desde un inicio se sabe bien cómo ha de terminar.

Tomando todos los tópicos de ese tipo de películas, con un relato sobrio y algo distante, el realizador finlandés no se aleja de la formula conocida, a la que agrega una historia de superación con un profesor y su alumnado con motivaciones y enseñanzas recíprocas, sumando cuanto lugar común tiene a la mano y con una épica deportiva muy forzada como remate.

Si bien el relato se torna ameno y bien intencionado, la historia parece avanzar en piloto automático con una notoria previsibilidad y con cierta pereza para siquiera intentar ahondar en la complejidad de sus personajes.


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