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España España · ALCALÁ DE HENARES
Voto de Inaki Lancelot:
8
Drama En un hospital de París, un joven se convierte en médico residente del ala gestionada por su padre. Le espera un arduo camino. (FILMAFFINITY)
12 de mayo de 2015
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vivimos sumidos en una campaña de descrédito a los trabajadores de la enseñanza y la sanidad, orquestada por quienes habrían de gestionar el bien común, evitando apropiaciones económicas e intelectuales.

Y, sin embargo, en la cartelera aparece esta fantástica película francesa, «Hipócrates», para ilustrar que el problema no es particularmente español y para reflejar excepcionalmente la vida en un hospital. Sin ahorrarnos ni errores ni miserias personales y sin pretenderlo, consigue ensalzar la grandeza de una profesión única, que da la vida y la recupera con la naturalidad de la costumbre.

«Hipócrates» comienza con el andar decidido de un médico recién licenciado, orgulloso de haber alcanzado su objetivo, que se siente capaz y atisba un reconocimiento social y económico tras su esfuerzo. Pasos que captan primorosamente el ímpetu juvenil al mismo tiempo que la candidez ante todo lo que queda por aprender. Ante tantos conceptos asumidos que desechar o hacer propios. Los suyos y los del espectador.

El joven camina por un pasillo que uno relaciona con los pasadizos más sórdidos de una ciudad peligrosa y que pronto revelan un ritmo terriblemente estresante donde la primera necesidad es mantener la calma. Salimos de dudas. Nos hallamos en un centro clínico. Y ese choque del protagonista con su medio es tónica en este relato nada idealizado del que saldrá un hombre adulto que llegará a odiar su profesión antes de convertirse en una promesa de médico hecha realidad.

Thomas Lilti, cineasta y también galeno, rezuma en su segunda película amor por la profesión y capacidad de expresarlo. Pero también de observarse desde fuera. Por sorprenderse ante la imagen de cómo los suyos se relajan ante la presión de ganar y perder vidas por el camino. Por su familiaridad con cuerpos y vísceras. Por su reflejo del inevitable conflicto entre la administración económica y el nunca rentable ejercicio de ir contra la naturaleza para que la vida no cese.

Y aporta una visión vital sumamente enriquecedora, según la cual toda posición es la cara de una moneda, indisolublemente unida a su opuesta. La una positiva, la otra negativa. Así que su retrato abarca el error médico y el haragán frente a la dedicación y el esfuerzo extenuante. La valentía para asumir riesgos frente al sosiego para ceñirse a un protocolo. El corporativismo que protege indebidamente, pero también sirve de argamasa y combustible para mareas blancas que frenan un deterioro que sólo conviene a tiburones financieros.

El tema de fondo de «Hipócrates» es la integridad profesional. Y evita con astucia caer en maniqueísmos de conductas irreprochables para mostrarnos una personalidad que se debate entre una vocación idealizada y una realidad mejorable.

Como elementos adicionales, reivindica la necesidad de paliar el dolor y evitar el ensañamiento clínico. Y denuncia el tratamiento laboral a médicos extranjeros. Y mucho más. Porque «Hippocrate» es una de esas películas río con multitud de corrientes en las que zambullirse y dejarse arrebatar. Para emocionarse y sentir ira, para salir del cine siendo menos ignorante y sabiéndose acompañado por gente de bien.
Inaki Lancelot
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