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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Cine negro. Thriller El pequeño Tommy Woodry es un niño de nueve años muy aficionado a contar mentiras, así que el día en que es testigo del asesinato que cometen sus vecinos nadie le cree, excepto los asesinos, que a partir de ese momento intentarán deshacerse de él. (FILMAFFINITY)
1 de noviembre de 2012
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Cornell Woolrich le encantaba poner a sus personajes a mirar por la ventana, por lo general, con resultados catastróficos: cada vez que se asomaban a una, había alguien que la palmaba. Y, por si fuera poco, quien era testigo ocular de esas muertes empezaba, inmediatamente, a pasarlo también francamente mal. En 1954, una de sus historias, cuyo protagonista era un aburrido mirón que presenciaba accidentalmente un asesinato, fue llevada al cine por cierto orondo director inglés, huelga decir cuál. Cinco años antes, sin embargo, otro de los relatos de Woolrich le había servido ya al antiguo director de fotografía Ted Tetzlaff (la de “Encadenados”, sin ir más lejos, lleva su firma) para realizar una de las más modélicas, memorables e injustamente desconocidas piezas de suspense de la época.

Lo que distingue a “La ventana” de su mayor y más famosa hermana es el hecho de que el testigo involuntario de un crimen es un niño, y no uno cualquiera, sino uno muy aficionado a inventar historias de las que los adultos se han acostumbrado a desconfiar. La peli no es, de hecho, sino una modernización (explícita, desde la cita de Esopo que abre la cinta) del cuento de “Pedro y el lobo”, ambientada en un humilde barrio neoyorkino, abrasado por una ola de calor.

Lejos de bobas moralejas, no obstante, lo que plantea Tetzlaff en su peli es el enfrentamiento entre dos modos opuestos de encarar la vida: el imaginativo y noble mundo infantil y el sórdido, aburrido y mezquino mundo en que los adultos consumen sus días. Los problemas para el bueno de Tommy Woodry empiezan cuando, a través de una ventana mal cerrada, se asoma por error a un ámbito que le es extraño y donde sus juegos y ficciones con armas y muertes de por medio cobran de pronto una dimensión hasta entonces desconocida.

Técnicamente, la película es una pequeña maravilla. Sus apenas setenta minutos son un compendio de virtudes a precio de saldo: estupenda fotografía, competentísimas actuaciones, excelente aprovechamiento del entorno urbano, en la onda del mejor neorrealismo italiano, sugerentes angulaciones de cámara, pulso narrativo firme y sostenido... Su guión, perfectamente trabado, avanza, en la segunda parte de su metraje, hacia un clímax de creciente tensión, que cristaliza en escenas difícilmente olvidables, cuyo culmen es una frenética y angustiosa persecución en un edificio en ruinas, donde se cierra el círculo abierto al principio de la peli: el escenario de los juegos de Tommy es el mismo donde se resuelve su brusco tránsito por el mundo adulto.

En 1968, un inesperado epílogo añadía al juego de dualidades abierto en “La ventana” una nueva y amarga dimensión. Bobby Driscoll, el niño que había dado vida a Tommy, olvidado niño prodigio y juguete roto de la fama, moría de sobredosis a los 31 años de edad en un edificio abandonado de Nueva York, no muy diferente, me imagino, a aquel en el que el pequeño Tommy había cruzado, sin pretenderlo, el umbral entre el juego y la vida de los mayores.
Normelvis Bates
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