México, ese hermoso país desangrado por la violencia y la corrupción de los cárteles de la droga, que está llegando a niveles demenciales, es el escenario escogido para la adaptación de la novela homónima de A. J. Quinnell escrita en 1980, que por cierto, fue llevada a la gran pantalla en 1987. Tanto ésta como la presente del 2004 se han hecho tomándose ciertas licencias del texto original, cosa que entre nosotros, me importa un rábano si el resultado es tan bueno como el que nos deja Tony Scott en su "El fuego de la venganza". Thriller dramático con aspiración a cine negro, oscuro, violento y salvaje al mismo tiempo que de una enorme sensibilidad, todo ello con un toque católico sin recurrir a santurronerías o untuosidades.

La película se divide en dos actos, siendo la humanidad del primero lo que justificará la crudeza del segundo. Culpa, redención y sacrificio; confianza, fe y amor se combinan en una relación de gran ternura entre el destruido John Creasy (Denzel Washington), exagente de la CIA y ahora guardaespaldas de la pequeña dama, es decir, y de la niña Lupita Ramos (Dakota Fanning), a la que es casi imposible no cogerle cariño. Ambos están sensacionales en sus papeles. Tony Scott dirige con mucho brío, quizás excesivo, creando una atmósfera alucinada y frenética en este descenso a los infiernos de las mafias como el del alma humana. Metajusticia hasta el final. Encima, aparece la hermosísima "Claro de Luna" de Debussy.