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Voto de claquetabitacora:
6
1970
6,5
52.962
Animación. Musical. Infantil
Año 1910. En París, una anciana millonaria y excéntrica lleva una vida feliz con sus gatos en su enorme mansión, con la única ayuda de su fiel mayordomo Edgar. Allí, la gatita Duquesa vive con sus tres traviesos cachorros, sin saber que Edgar planea acabar con todos los gatos para convertirse en el único heredero de la enorme fortuna de la anciana, Madame Bonfamille. Con este propósito, los abandona en un lugar remoto, pero quiere la ... [+]
10 de febrero de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 15 de diciembre de 1966 podría decirse que fue el año que marcaría un antes y un después. Walt Disney moría de un cáncer de pulmón. Todo lo que significaba ese apellido para una compañía que se había convertido por derecho propio en el estandarte del género de la animación estaba ahora en manos de un grupo de animadores que se encontraban ante la encrucijada de decidir por ellos mismos qué hacer, qué decisiones tomar y qué películas presentar. “El libro de la selva” se estrenó en 1967 y el maestro no tuvo la oportunidad de poder contemplar la gran obra maestra que fue. Aún así, antes de fallecer, tomó interés por una historia basada y protagonizada por unos gatos de la alta sociedad francesa [...].
Por extraño que parezca la historia es auténtica. En 1910 una familia de gatos heredó una gran fortuna. Como suele decirse la realidad supera una vez más a la ficción. Fuera de esa anécdota y como punto de partida, todo el entramado se remonta al año 1961 donde Disney sugirió a Harry Tytle, uno de los productores más importantes de la compañía y hombre de confianza de Walt y a Tom McGowan, guionista, que empezaran a buscar nuevas historias de animales, algo que siempre le había dado beneficios económicos, para realizar una adaptación en imagen real y dividida en dos partes para el programa de televisión “Wonderful World of Color”. De entre todas las historias que encontraron McGowan se fijó en un cuento escrito por Tom Rowe que trataba sobre una gata y sus cachorros ambientada en la ciudad de Nueva York. Se pensó que podrían situar la acción en Londres pero eso hubiese llevado a que la gente lo asociase a “101 dálmatas” así que prefirieron ambientarla en París [...].
[...] Como siempre solía suceder, las discrepancias sobre el tono de la obra, sobre las diferencias creativas y sobre lo que a Walt le parecía bien o no dio como resultado que el guión original acabase en un cajón pero tiempo después se vio acertado que en vez de ser algo para la tele fuese una película de animación, rebajando el tono funesto y reduciendo el número de villanos, en este caso a uno sólo y dejando que el mayordomo fuese el malvado de la función. McGowan, después de haberse implicado en el proyecto, no estaba de acuerdo y se desentendió de él [...].
[...] En pocos minutos se hace una panorámica sobre un lugar que intenta presentar un estilo de vida idílico, muy lujoso y sin apenas preocupaciones. Aparte de que la protagonista, Madame Adelaide Bonfamille, cuya traducción del francés (“Buena familia”) deja claro que es una mujer acaudalada, sin problemas financieros y que vive en la última etapa de su vida teniendo a bien realizar un testamento para que cuando ella desaparezca sus mascotas, a quienes trata como si fuesen su familia, reciban su herencia. Los animadores se regodean en el estilo casi Art déco, colocando la acción en una especie de mansión palaciega, muy iluminada y con un mayordomo como símbolo de poder adquisitivo y estatus en la alta sociedad. En pocas pinceladas también descubriremos que en su juventud fue cantante de ópera. Y esa es otra de las intenciones de esta pequeña introducción. Intentar transmitir el mundo de la cultura de la época a través de los gatos pues su educación se centra en la música (el piano), el canto y la pintura (cuadros de toque pre cubista) aparte de la compostura y modales que da la buena educación.
Una vez la dueña deje cerrado su testamento ante su abogado, George Hautecourt, es cuando se dará presentación al villano de esta función que no es otro que Edgar, el mayordomo [...]. En pocos minutos la acción se centra en la desaparición de los gatos, la desesperación de su dueña por encontrarlos, la soledad de la misma ante la situación de encontrarse desamparada y el intento de Edgar por eliminar todas las pruebas sin que nada pueda relacionarlo con la vil acción. Pero en Disney nunca hay nada que haga perder la atención y una vez los felinos son abandonados en medio del campo estos deberán realizar el camino de vuelta. Es aquí donde entrará en pantalla el personaje que entra en contraposición a la vida acomodada, señorial, urbana y por ende atada a cánones y principios de sociedad. Se trata de Thomas O’Malley, un gato callejero, vividor, Don Juan y libre de ataduras. Pero a poco que uno conozca las intenciones de una empresa que siempre ha estado ofreciendo historias convencionales y encorsetadas al respecto sabrá por dónde van los tiros y cómo acabará todo a pesar de presentarse ciertas vicisitudes por el camino.
[...] Por un lado uno puede ver que la parte romántica entre Duquesa, que es como se llama la gata y O’Malley, el gato arrabalero es muy parecida y bastante deudora de “La dama y el vagabundo” (Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson, 1955). Las intenciones son claras: aburguesar al chico de la película. En los primeros momentos se le presenta como alguien que no tiene ataduras, que se busca la vida y presume de no necesitar nada de nadie como bien expone la canción “O’Malley del arrabal”, algo que podría llegar a considerarse una declaración de intenciones. Pero una vez aparece Duquesa y sus hijos en su camino entrará en un conflicto de intereses personal para llegar a la comprensión de que debe sentar la cabeza, aceptar que debe ser alguien de bien y convertirse en el hombre de la casa para poder darles estabilidad emocional a la familia. Eso sí, un pater familias acaudalado ante la jugosa herencia recibida. Pero claro, estamos ante una película que sigue a la perfección unos cánones establecidos por alguien que siempre idealizó la vida cómoda y que siempre representó el hogar como un lugar de satisfacción y seguridad. Para eso, en Disney, siempre han enfatizado un punto de vista conciliador y carente de sobresaltos emocionales al respecto [...].
- continúa en spoiler -
Por extraño que parezca la historia es auténtica. En 1910 una familia de gatos heredó una gran fortuna. Como suele decirse la realidad supera una vez más a la ficción. Fuera de esa anécdota y como punto de partida, todo el entramado se remonta al año 1961 donde Disney sugirió a Harry Tytle, uno de los productores más importantes de la compañía y hombre de confianza de Walt y a Tom McGowan, guionista, que empezaran a buscar nuevas historias de animales, algo que siempre le había dado beneficios económicos, para realizar una adaptación en imagen real y dividida en dos partes para el programa de televisión “Wonderful World of Color”. De entre todas las historias que encontraron McGowan se fijó en un cuento escrito por Tom Rowe que trataba sobre una gata y sus cachorros ambientada en la ciudad de Nueva York. Se pensó que podrían situar la acción en Londres pero eso hubiese llevado a que la gente lo asociase a “101 dálmatas” así que prefirieron ambientarla en París [...].
[...] Como siempre solía suceder, las discrepancias sobre el tono de la obra, sobre las diferencias creativas y sobre lo que a Walt le parecía bien o no dio como resultado que el guión original acabase en un cajón pero tiempo después se vio acertado que en vez de ser algo para la tele fuese una película de animación, rebajando el tono funesto y reduciendo el número de villanos, en este caso a uno sólo y dejando que el mayordomo fuese el malvado de la función. McGowan, después de haberse implicado en el proyecto, no estaba de acuerdo y se desentendió de él [...].
[...] En pocos minutos se hace una panorámica sobre un lugar que intenta presentar un estilo de vida idílico, muy lujoso y sin apenas preocupaciones. Aparte de que la protagonista, Madame Adelaide Bonfamille, cuya traducción del francés (“Buena familia”) deja claro que es una mujer acaudalada, sin problemas financieros y que vive en la última etapa de su vida teniendo a bien realizar un testamento para que cuando ella desaparezca sus mascotas, a quienes trata como si fuesen su familia, reciban su herencia. Los animadores se regodean en el estilo casi Art déco, colocando la acción en una especie de mansión palaciega, muy iluminada y con un mayordomo como símbolo de poder adquisitivo y estatus en la alta sociedad. En pocas pinceladas también descubriremos que en su juventud fue cantante de ópera. Y esa es otra de las intenciones de esta pequeña introducción. Intentar transmitir el mundo de la cultura de la época a través de los gatos pues su educación se centra en la música (el piano), el canto y la pintura (cuadros de toque pre cubista) aparte de la compostura y modales que da la buena educación.
Una vez la dueña deje cerrado su testamento ante su abogado, George Hautecourt, es cuando se dará presentación al villano de esta función que no es otro que Edgar, el mayordomo [...]. En pocos minutos la acción se centra en la desaparición de los gatos, la desesperación de su dueña por encontrarlos, la soledad de la misma ante la situación de encontrarse desamparada y el intento de Edgar por eliminar todas las pruebas sin que nada pueda relacionarlo con la vil acción. Pero en Disney nunca hay nada que haga perder la atención y una vez los felinos son abandonados en medio del campo estos deberán realizar el camino de vuelta. Es aquí donde entrará en pantalla el personaje que entra en contraposición a la vida acomodada, señorial, urbana y por ende atada a cánones y principios de sociedad. Se trata de Thomas O’Malley, un gato callejero, vividor, Don Juan y libre de ataduras. Pero a poco que uno conozca las intenciones de una empresa que siempre ha estado ofreciendo historias convencionales y encorsetadas al respecto sabrá por dónde van los tiros y cómo acabará todo a pesar de presentarse ciertas vicisitudes por el camino.
[...] Por un lado uno puede ver que la parte romántica entre Duquesa, que es como se llama la gata y O’Malley, el gato arrabalero es muy parecida y bastante deudora de “La dama y el vagabundo” (Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson, 1955). Las intenciones son claras: aburguesar al chico de la película. En los primeros momentos se le presenta como alguien que no tiene ataduras, que se busca la vida y presume de no necesitar nada de nadie como bien expone la canción “O’Malley del arrabal”, algo que podría llegar a considerarse una declaración de intenciones. Pero una vez aparece Duquesa y sus hijos en su camino entrará en un conflicto de intereses personal para llegar a la comprensión de que debe sentar la cabeza, aceptar que debe ser alguien de bien y convertirse en el hombre de la casa para poder darles estabilidad emocional a la familia. Eso sí, un pater familias acaudalado ante la jugosa herencia recibida. Pero claro, estamos ante una película que sigue a la perfección unos cánones establecidos por alguien que siempre idealizó la vida cómoda y que siempre representó el hogar como un lugar de satisfacción y seguridad. Para eso, en Disney, siempre han enfatizado un punto de vista conciliador y carente de sobresaltos emocionales al respecto [...].
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Incluso si uno afina un poco la vista y acucia el oído puede llegar a ver cierta influencia (bienintencionada, desde luego) del estilo desenfadado tanto en forma como en fondo de “El libro de la selva” (Wolfgang Reitherman, 1967) [...]. Si en aquella el leitmotiv era buscar lo más vital y quedarse con las lecciones que la vida pretendía enseñarle al niño de la selva aquí el centro o meollo, más allá de llegar al destino o el hogar, es que la música no tiene dueño y que el ritmo lo impone cada uno como bien reza la canción “Todos quieren ser un gato jazz”. Sin ir más lejos podría decirse que es la canción que queda por encima del resto y la que más ritmo contiene siendo, además, una clase magistral de jazz y blues (deudora y bastante parecida al “Quiero ser como tú” del título antes mencionado). Es indiscutible que es un ejemplo de cómo música y ritmo van de la mano para insuflar vida, nunca mejor dicho, a un título que parecía querer quedar encorsetado en la alta sociedad, un estatus completamente opuesto y ajeno a un estilo musical más acorde a los bajos fondos. Sin embargo, tristemente, la canción de “Los aristogatos”, que es la que habita en los títulos de crédito y la que consiguió que Maurice Chevalier participara en ella saliendo de su retiro, sea la menos recordada cuando es la que capta en todo su esplendor el estilo elegante de la Francia glamourosa
[...] En cambio uno de los elementos que más fascina por su detallismo son los fondos y decorados. Puede verse un esmero por tal de conseguir un trabajo bien hecho al respecto. Todo lo que concierne a Francia rezuma elegancia al igual que el interior de la casa todo está expuesto con un alto detallismo de lo que representaba vivir en la alta sociedad, con mucha iluminación, a través de un tono pastel muy detallado pero que sirve como contrapunto a los bajos fondos donde los barrios están dibujados bajo una paleta de colores tétricos, oscuros, con las calles más cerradas y los edificios más juntos. Pero para encontrar un punto de equilibro se tiene a bien reunir a todos en la buhardilla donde se encuentra la banda de Gato Jazz. Una exposición de la vida bohemia del momento donde todo está desordenado pero rezuma vida durante cada uno de los segundos que la cámara se detiene en el interior. Sin ir más lejos toda la escena es la más activa, la más colorida y la que recurre a un contraste constante de colores chillones casi plásticos, muy acorde con el sentimiento chic y hippie del momento en el que fue rodada (no así la época que representa, pues estamos hablando del año 1910, muy lejos aún de la frenética época del jazz y el pop) [...].
Por último pero no menos importante, uno llega a la conclusión de que estamos ante un título menor. No tan sólo por su sencillez en cuanto a guión ni por su simpleza a la hora de realizar la acción. Uno puede contemplar la historia y se da cuenta que todo el material de partida, si lo resumiéramos a la esencia de la propuesta, quedaría mejor siendo un cortometraje. La animación sigue los patrones establecidos dentro de los cánones impuestos por Disney pero sin lugar a duda no es destacable por sí misma [...]. Y si bien es cierto que la escena de la banda de jazz o la pelea final son ejecutadas con una pericia en el movimiento fluido y creíble, más allá de todo eso todo se antoja como un título que no ofrece mucho más. Aún así, sin querer desdeñar la oferta, puede decirse que siendo de los títulos menores “Los aristogatos” ofrece una garantía de que, si bien no deja impronta, no se puede negar que sigue manteniendo el sello de calidad de unos dibujantes que hasta para títulos acomodados en las mimbres de lo cotidiano seguían siendo maestros en los suyo y dejando patente que si Disney era el rey absoluto dejó en muy buenas manos una empresa que sabía por donde navegaba.
Crítica completa aquí: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2018/02/11/critica-los-aristogatos-wolfgang-reitherman-1970-a-ritmo-de-jazz/
[...] En cambio uno de los elementos que más fascina por su detallismo son los fondos y decorados. Puede verse un esmero por tal de conseguir un trabajo bien hecho al respecto. Todo lo que concierne a Francia rezuma elegancia al igual que el interior de la casa todo está expuesto con un alto detallismo de lo que representaba vivir en la alta sociedad, con mucha iluminación, a través de un tono pastel muy detallado pero que sirve como contrapunto a los bajos fondos donde los barrios están dibujados bajo una paleta de colores tétricos, oscuros, con las calles más cerradas y los edificios más juntos. Pero para encontrar un punto de equilibro se tiene a bien reunir a todos en la buhardilla donde se encuentra la banda de Gato Jazz. Una exposición de la vida bohemia del momento donde todo está desordenado pero rezuma vida durante cada uno de los segundos que la cámara se detiene en el interior. Sin ir más lejos toda la escena es la más activa, la más colorida y la que recurre a un contraste constante de colores chillones casi plásticos, muy acorde con el sentimiento chic y hippie del momento en el que fue rodada (no así la época que representa, pues estamos hablando del año 1910, muy lejos aún de la frenética época del jazz y el pop) [...].
Por último pero no menos importante, uno llega a la conclusión de que estamos ante un título menor. No tan sólo por su sencillez en cuanto a guión ni por su simpleza a la hora de realizar la acción. Uno puede contemplar la historia y se da cuenta que todo el material de partida, si lo resumiéramos a la esencia de la propuesta, quedaría mejor siendo un cortometraje. La animación sigue los patrones establecidos dentro de los cánones impuestos por Disney pero sin lugar a duda no es destacable por sí misma [...]. Y si bien es cierto que la escena de la banda de jazz o la pelea final son ejecutadas con una pericia en el movimiento fluido y creíble, más allá de todo eso todo se antoja como un título que no ofrece mucho más. Aún así, sin querer desdeñar la oferta, puede decirse que siendo de los títulos menores “Los aristogatos” ofrece una garantía de que, si bien no deja impronta, no se puede negar que sigue manteniendo el sello de calidad de unos dibujantes que hasta para títulos acomodados en las mimbres de lo cotidiano seguían siendo maestros en los suyo y dejando patente que si Disney era el rey absoluto dejó en muy buenas manos una empresa que sabía por donde navegaba.
Crítica completa aquí: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2018/02/11/critica-los-aristogatos-wolfgang-reitherman-1970-a-ritmo-de-jazz/