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España España · Sevilla
Voto de Seldon:
8
Drama. Intriga Al poco tiempo de perder a su esposa Rebeca, el aristócrata inglés Maxim De Winter conoce en Montecarlo a una joven humilde, dama de compañía de una señora americana. De Winter y la joven se casan y se van a vivir a Inglaterra, a la mansión de Manderley, residencia habitual de Maxim. La nueva señora De Winter se da cuenta muy pronto de que todo allí está impregnado del recuerdo de Rebeca. (FILMAFFINITY)
7 de noviembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alfred Hitchcock ya había elegido una novela de Du Maurier para hacer su película anterior: La posada de Jamaica, la última que hizo en Inglaterra. El productor norteamericano David O. Selznick se había fijado en él, y logró que firmara un contrato de siete años, con lo que el maestro Hitchcock se mudó a Hollywood. Para su primera película americana, eligió adaptar otro libro de Daphne Du Maurier, que se había publicado un par de años antes.

Y la adaptación es perfecta, casi milimétrica.
No sabemos el nombre de la protagonista, porque la verdadera protagonista, Rebeca está omnipresente, en los diálogos o en los objetos: sus iniciales están en pañuelos, mantelería, en los objetos de escritorio, en todas partes. Curiosamente nunca vemos el aspecto que tenía Rebecca, ni una foto, ni un cuadro,... nada. Y esto también es una característica de la novela.

La adaptación llega a ser tan exacta que hay escenas y diálogos prácticamente calcados del original, por ejemplo la escena en la que tímida y apocada segunda señora de Winter rompe accidentalmente una valiosa figurita de porcelana, y, pese a ser la señora de la casa y poder hacer en teoría lo que quiera sin dar explicaciones a nadie, la esconde avergonzada para no tener que enfrentarse a la señora Danvers.

Porque este es un grandioso personaje también aquí como lo era en la novela. Idolatraba a Rebeca y aunque aparentemente es obsequiosa con su nueva señora, la desprecia y la menosprecia porque no concibe que pueda ocupar el lugar de sus señora en Manderley. Y la segunda mujer de Maxim de Winter lo sabe: con un enorme complejo de inferioridad (que ya traía de serie) cree no estar a la altura de Rebeca y piensa que todo el mundo opina lo mismo y la menosprecian por ello como hace ella misma.

Esto se ve muy bien en la escena en la que ambas se encuentran por primera vez: Danvers rígida, hierática dándole la bienvenida a la mansión al frente de una cohorte de criados perfectamente uniformados y alineados, y Joan Fontaine, tímida y encogida del brazo de su recién estrenado marido (Lawrence Olivier) con el pelo mojado y apelmazado porque les ha llovido por el camino. En el “enfrentamiento” la nueva señora de la casa se muestra tal como ella misma teme mostrarse: atemorizada y torpe. Está magníficamente bien rodado y mostrado el desprecio de Danvers con sólo un par de miradas.

Los elementos de misterio están también ahí: el espectador intuye mucho antes que la narradora que hay algún oscuro secreto con Rebeca, algo que nadie quiere contar y que sólo vamos entreviendo. Y los escenarios ayudan: Manderley es retratado como una enorme casona gótica, oscura, señorial, llena de pasillos, escaleras, puertas siempre cerradas que dan a las antiguas habitaciones de Rebeca,...

La maestría de Hitchcock no está tanto en seguir un guión que adapta milimétricamente la novela, sino en la capacidad de concentrar en imágenes, con pequeños detalles, casi insignificantes, el carácter de los personales. Por ejemplo, la señora Van Hopper es odiosa, cotilla y snob. En la novela se nos la describe siempre rodeada de bombones, o de ceniceros repletos de colillas que apaga donde le viene en gana o de pañuelitos de papel usados cuando coge la gripe. En la película en efecto la vemos casi siempre fumando, y en con un simple inserto de una imagen la vemos apagar un cigarrillo a medio fumar en un tarro de crema cosmética con pinta de ser bastante caro.

Y hay muchos detalles y metáforas de este estilo: la omnipresente inicial R aparece al final en llamas, la ambigüedad de la primera escena de Max, en la que se nos hace creer que piensa en suicidarse cuando realmente recuerda cuando tirar por ese acantilado a su mujer, o detalles añadidos (que no están en la novela) de su particular sentido del humor como el policía fanfarroneado contando sus batallitas a las puertas del juicio o las pesas de goma del disfraz de forzudo con el que se presenta el cuñado de Max al baile.
Incluso detalles con la pareja protagonista: cuando son felices en Monte Carlo se sientan juntos a comer, juntos en el coche, juntos mientras ella dibuja... cuando son infelices en Manderly se sientan separados por una mesa kilométrica y raramente se les ve juntos en las escenas, incluso cuando están en la misma habitación, no suelen estar próximos.

La película tampoco es un melodrama de los años 30, la música de violines de Franz Waxman esta presente, de fondo, casi siempre, durante toda la película, como era habitual en aquella época. Prácticamente Hitchcock no usa ninguno de los recursos que lo harían famoso, y que ya había usado antes. Es una película de encargo, y eso se nota. No tiene el estilo propio de Hitckcock y aunque es una película notable, está lejos de sus obras maestras posteriores.
Probablemente, si esta película la hubiese hecho después la hubiese impregnado más de su estilo, y le hubiese sacado punta, insinuando pero no mostrando abiertamente, a algunas cosas: por ejemplo seguro que hubiera sugerido un lesbianismo reprimido de Danvers hacia su señora.

En definitiva, el director se prostituyó, aunque se lo perdono, porque por cada película mejor que Rebeca, tiene al menos dos peores que esta.

Si quieres leer la c´ritica completa: http://el-pobre-cito-hablador.blogspot.com/2013/11/rebeca-la-sombra-del-pasado-es-alargada.html
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Seldon
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