Los problemas que tuvo 'Los inmortales II: El desafío' no fueron un impedimento para seguir adelante con la historia de Connor MacLeod enfrentándose a un nuevo villano. Lo mismo de siempre.

En este caso el guion tiene una intención de olvidar la segunda parte por entero y volver a los derroteros de la primera cinta, se sigue desde ahí y en el mismo tono que impregna el filme se nota que quiere parecerse a esa. Pero no lo logra ni de lejos.

La frase cenital de la franquicia es "solo puede quedar uno" y la cinta de 1986 está siendo (debería estar borracho y drogado para que la cuarta entrega me gustase más que esa) la única realmente digna mientras que las secuelas están dejando bastante de desear. En el villano, interpretado por Mario Van Peebles, se quiere volver al perfil del villano interpretado por Clancy Brown, pero acaba teniendo algún ramalazo de villano paródico como el que tuvo Michael Ironside durante toda la segunda entrega; Christopher Lambert se nota que es un actor muy limitado, pero para un largometraje de este nivel pues da el pego.

Me llamó la atención, y no es la primera vez que pasa en 'Los inmortales', lo fácil que caen las personajes principales en los encantos de MacLeod. Tiene más poder de atracción del otro sexo que Casanova, James Bond y Julio Iglesias juntos (bueno, quizás que Julio Iglesias, no). La relación amorosa tiene el mismo tiempo de construcción que en un vídeo porno.

Se agradece el intento de ser tan buena como 'Los inmortales', simplemente no lo consigue porque la original puso el listón alto, y además había música de Queen.