La incógnita está desvelada: los críticos norteamericanos, a mi parecer, no tenían razón cuando fustigaron sin piedad este nuevo episodio de "Star Wars". Se ve que ha funcionado el típico mecanismo de "mucha publicidad, poca chicha". Pero este nuevo capítulo es, en buena medida, un producto bastante similar, en intenciones y resultados, al primero de todos ellos, el originalmente titulado "La guerra de las galaxias", dirigido por el propio Lucas hace 22 años; presenta a los protagonistas de la saga (en este caso conservando a algunos, aunque mucho más jóvenes: el propio Darth Vader, Obi Wan Kennobi) y plantea el eterno conflicto de intereses entre poderes opuestos: por un lado, las fuerzas del Mal, asociadas a los conceptos de dictadura y violencia; por otro, las del Bien, relacionadas con las ideas de democracia y pacifismo. Además, se avanza en el sendero de temas tales como la licitud de la injerencia en asuntos internos cuando un pueblo sufre, algo de notable actualidad.
Es decir, el Episodio I presenta los mismos materiales de los que estaba hecha la anterior trilogía. Por supuesto, hay notables dosis de acción espectacular, con maravillosos efectos visuales diseñados y ejecutados por ordenador. Pero, si les digo la verdad, yo me quedo con la fascinante aparición del pequeño Annakin Skywalker, que sería, con el tiempo, el temible Darth Vader, en una mirada sobre la infancia del Mal que, lástima, adolece de un actor poco expresivo; en mi opinión, debería haberse primado en su elección el hecho de que éste tuviera un evidente "lado oscuro", que con el tiempo le empujará a ser el tenebroso Señor de las Tinieblas.
Por lo demás, todo resulta agradable en su familiaridad: los caballeros Jedi con sus espadas láser, los alienígenas con aspecto de sebosos teleñecos, el propio Yoda, aunque con un "lifting" cosa fina, la princesa acosada por el malvado de turno... toda una saga, toda una épica legendaria que alimentó nuestros sueños juveniles.