Todo cinéfilo con conocimiento de causa y criterio está desolado en estos días al conocer la noticia de que Xavier Dolan, portentoso cineasta canadiense, con apenas 34 años, se retira del cine tras 15 años en los que ha logrado ponerlo patas arriba, porque entiende que “el arte es inútil y dedicarse al cine, una pérdida de tiempo”, confirmando aquella frase de Hayao Miyazaki que sostiene que hacer cine sólo da sufrimiento. Malos tiempos para la lírica, se mire por donde se mire, atravesamos.

Antes de retirarse, eso sí, nos ha dejado una lección magistral sobre cómo conformar una serie a través de “La noche que Logan despertó”, un complejo drama familiar con un sutil tinte de thriller psicológico que resulta apasionante y profundamente adictiva a través de sus escasos 5 episodios (ojalá hubiese sido más extensa para poder paladearla más y mejor).

Dolan nos asoma a una familia disfuncional y profundamente desestructurada, en la que el padre murió, la madre está agonizando en su casa y sus cuatro hijos están desorientados, cada cual a su forma. Las relaciones entre ellos son prácticamente inexistentes, pero tendrán que reunirse y confluir ahora que la matriarca de la familia va a fallecer. Entonces irán apareciendo ante el espectador las grietas que amenazan con dejar caer el edificio familiar y un extraño misterio pasado que puede ser la causa de casi todo aflorará sin más remedio de dichas ruinas.

Manejando varios espacios temporales diferentes a lo largo de la serie, Xavier Dolan va mezclando acontecimientos para que las piezas de tan complejo puzzle familiar vayan encajando paulatinamente y el espectador acabe comprendiendo el comportamiento de cada uno de los hermanos de esta familia mal avenida.

La dirección de Xavier Dolan es espléndida, como siempre ocurre, mezclando bellísimas imágenes, silencios y música de manera soberbia para acompasar un espléndido guión adaptado por el propio Dolan de la obra teatral homónima de Michel Marc Bouchard. Pero impresiona sobremanera su elenco artístico, absolutamente espléndido desde el propio Xavier Dolan que encarna al hijo menor drogadicto, hasta la impresionante Julie LeBreton como la hija díscola, pasando por el magníficamente insulso Éric Bruneau, así como el matrimonio conformado por el hermano mayor que interpreta Patrick Hivon y su esposa, casi lo mejor de la función, encarnada por la extraordinaria actriz Magalie Lépine-Blondeau, que conforma a la fascinante Chantal, un personaje que fascina sobremanera.

Una despedida (esperemos que temporal) del cine por parte de Xavier Dolan tan épica como imprescindible.