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Voto de Sergio Berbel:
8
Drama En 1913, Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón, amigos y vecinos de Osa de La Vega (Cuenca) son detenidos como autores de la muerte de José María Grimaldos López, pastor de oficio y compañero de los anteriores. El pueblo les acusa, incluso la mujer de Gregorio reúne pruebas contra ellos. Los dos hombres confiesan el crimen después de ser sometidos a torturas. Son juzgados en 1918 en la Audiencia Provincial de Cuenca que, tras ... [+]
23 de junio de 2023
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Pilar Miró es un nombre propio imprescindible para entender nuestra cinematografía. Por la personalidad única de sus dramas intimistas, pero también por la valentía de sacar a la luz los relatos más terroríficos de nuestra historia, como en el caso de “El crimen de Cuenca” (1980). Junto con “El caso Almería” de Pedro Costa (1984), las dos grandes cintas de denuncia contra las malas artes de la Guardia Civil y de las fuerzas reaccionarias que la dominaban de las que puede hacer gala nuestro cine.

Pilar Miró, en una ambientación rural cuidada al máximo, nos transporta hasta la Castilla profunda en la década de 1910. En un pueblo conquense asfixiado por una sociedad católica y ultraconservadora que tenía entre ceja y ceja a todo progresista que sacara medio pie del tiesto, desaparece un hombre. Pronto el pueblo culpa a dos jornaleros activistas, amigos inseparables, y son detenidos por ello.

Para lograr obtener una confesión de un delito que no habían cometido, tanto el cacique del pueblo, con la connivencia del párroco, y Juez de Instrucción ordenan a la Guardia Civil todo tipo de torturas para obtener la confesión de los detenidos. Pilar Miró no nos ahorra ni un segundo de terror que corta la respiración mostrándonos en primer plano la inhumanidad de unos tratos degradantes hacia los detenidos que hielan la sangre. En lugar de optar por una elipsis o por mirar con la cámara a otro lado, Miró incomoda al espectador mostrándolos gráficamente en primer plano.

La cinta, coral por vocación, se apoya en un electo actoral que recogía lo mejor de la época, destacando Amparo Soler Leal o Héctor Alterio, pasando por Fernando Rey, Mary Carrillo o Assumpta Serna. Ahí es nada.

La música le fue encargada al mejor compositor para cine que haya tenido nuestro cine (con permiso de Alberto Iglesias), Antón García Abril. Y la sucia y polvorienta dirección de fotografía, tan fantásticamente setentera, la firma Hans Burmann.

Puede que el guión, de la propia Pilar Miró y Salvador Maldonado sobre una idea original de Juan Antonio Porto, se quedara en una cierta superficialidad y no profundizara demasiado en el calado psicológico de los personajes, pero los hechos que relata con una minuciosidad periodística hielan la sangre (y preocupa que el lenguaje procesal forense no haya evolucionado ni un ápice más de un siglo después, dicho sea de paso).

Eso sí, hoy día no habría podido estrenarse. Para ver películas así, es necesaria previamente una sociedad abierta y libre.
Sergio Berbel
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