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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama. Romance Año 1849, en Nueva York. Catherine Sloper, una rica heredera, tímida, inocente, poco agraciada y no muy joven, es pretendida por un apuesto joven. Ella se enamora de él apasionadamente, pero su cruel y despótico padre se opone a la boda y amenaza con desheredarla. Adaptación de la novela de Henry James "Washington Square". (FILMAFFINITY)
29 de julio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay cine eterno por el que el tiempo no pasa. Incluso enclavado en el corazón del propio star system de los estudios de Hollywood había espacio para las obras maestras. Incluso un artesano propio de la época como William Wyler creaba obras maestras de semejante dimensión. Porque el triángulo formado por Wyler, Olivia de Havilland y Montgomery Clift en “La heredera” es de esos que nacieron ya formando parte de la historia del cine por definición.

Historia desgarrada y desgarradora, muy pocas veces se ha retratado la soledad de quien no se siente querido por nada ni por nadie como en esta obra maestra en la que una solterona será escupida en su orgullo de manera simultánea tanto por un cazador de dotes sin escrúpulos como por su padre, que no sabe protegerla (o más bien a él mismo) sin atentar contra su dignidad. Cuando ella recorra el periplo que la lleva a constatar que uno está solo en la vida y que no puede esperarse nada jamás de nada ni de nadie, llegará la escena final, ¡y qué escena final!, una de las más portentosas de la historia del cine.

Porque esa es la conclusión certera, lúcida y cruda a la que llega “La heredera”: estamos solos, no podemos esperar ser valorados o apreciados por nadie, porque nadie jamás mira más allá de sus propios intereses y deseos. Y “La heredera” lo explica como quizás nunca se haya explicado en el cine, basada en una obra de Henry James. Es obvio que nada podía salir mal mezclando todos los elementos citados.

La otra reflexión final es que, o aceptas que la vida es así y abrazas el nihilismo generalizado, o estás muerta entre la concurrencia de los egoísmos que te rodean. La heredera sabe que no hay más camino, y lo recorre de forma gloriosa. Todo ello contado con la elegancia estética propia de William Wyler, absolutamente electrizante sabiendo que está rodando una película inmortal (sólo observando el juego de reflejos en los espejos de la película ya es posible levitar). Porque la sociedad es así, puro sepulcro blanqueado, bello y educado por fuera pero totalmente corrupto y repugnante por dentro. Cuanto antes lo aprendas, mejor, y en eso “La heredera” es también una lección magistral.

Y que ofrece una frase para la historia del cine: “Sí, tienes toda la razón, puedo llegar a ser muy cruel, he tenido muy buenos maestros”. Por cierto, en la conversación definitiva entre padre e hija veo la semilla de una escena imborrable de “La cinta blanca” de Michael Haneke, y es que los genios son así, se complementan unos a otros.
Sergio Berbel
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