Algunas pistas sembradas a lo largo del metraje dan a entender que se trata del punto y final a una de las sagas más memorables de la Historia del Cine (sí, memorable a pesar de su enorme irregularidad). De ser cierto, me parecería perfecto. Un poco tarde de más, incluso: no hubiese pasado nada por haber cerrado el chiringuito unos años antes con “Terminator: Génesis”, otra entrega innecesaria pero que ofrecía un desenlace razonable y con buen sabor de boca gracias a la química entre Emilia Clarke y Arnold Schwatzenegger.

“Terminator: Destino Oscuro” es una película de acción bastante decente, pero lo único que aporta (aparte de los obvios réditos económicos) son más agujeros de guion a una saga que no anda escasa de ellos. Incluso ensancha los ya existentes. Para hacerse un hueco argumental, la película arranca con una decisión aparentemente valiente pero que no tarda en revelarse un suicidio similar al de los miriclodianos de “La amenaza fantasma”, sacrificando la mística y la esencia de la franquicia a cambio de estirar un poco más el chicle y, de paso, adaptarse a las nuevas tendencias en cuanto a diversidad e inclusividad, buscando con elementos extracinematográficos (como dejar la acción en un trío de heroínas) lo que no parece estar a su alcance por talento.

No es el único punto en el que “Terminator: Destino Oscuro” imprime sesgo ideológico. Ya puestos, ¿por qué tiene que ser siempre un chico el salvador de la humanidad? ¿Por qué no una latina? ¿Por qué no dejar que el terminator malvado se cebe con la Patrulla Fronteriza y los haga parecer unos racistas borrachos? Como era de esperar, mezclar ideología y espectáculo no suele salir bien. Las arremetidas forzadas con calzador contra el concepto de que siempre sea un hombre el que salve el mundo o de que las mujeres parecen relegadas siempre a ser la incubadora del héroe generan un clima de hostilidad que estropean los habituales chistes y guiños hacia sus predecesoras en una producción con los cimientos demasiado gastados que no está para desperdiciar recursos.

La cosa mejora hacia la mitad de la película cuando sale Arnold. Es el único que conecta algún gag efectivo. Su personaje no tiene sentido alguno pero, en ese punto, los guionistas hacía ya tiempo que se habían dejado llevar y no se molestaban en disimular las paradojas temporales y, por el mismo motivo, saturados, casi ningún espectador daba ya importancia a la coherencia y se preocupaba únicamente de los tiros, las peleas y los efectos especiales. Lejos ya de los tiempos en los que “Terminator 2” revolucionó el mundo de los efectos, “Terminator: Destino Oscuro” alterna algún momento interesante con efectos mediocres de los que ya estamos cansados. Al terminator malvado se le añaden algunas capacidades curiosas por seguir con la tradición, pero son puro humo visual y no se me ocurre ninguna que tenga utilidad práctica. Sólo en algunas coreografías de peleas y en el diseño de algunas secuencias al límite se aprecia cierto talento y cierta mano. En otras el despropósito táctico es mayúsculo,

No sé, al final no creo que haya compensado remover los cimientos de la franquicia y mearse en la mitología de James Cameron para unos resultados enormemente magros y dejar nuevo contexto con protagonistas que, quitando a Arnold, se hacen antipáticas por un motivo u otro. Lo único positivo es que no me cabe duda de que a pesar de todas las promesas, el concepto terminator esperará su momento, encontrará un resquicio y volverá. Y me decepcionará nuevamente y bajará el listón otra vez. Hasta entonces, esta “Terminator: Destino Oscuro” marca el punto más bajo de una serie de películas que llegaron a tocar el cielo.