Si Seth Rogen tuvo gracia alguna vez en su carrera, hace ya mucho tiempo que se la dejó olvidada en alguna parte. Su talento interpretativo me recuerda al de Jose Luis Moreno en sus últimos años como ventrílocuo (antes de pasarse a la producción de galas de TV, series y películas de oscura financiación) cuando ya todo se la sudaba y ni se molestaba en intentar mantener la boca cerrada o disimular tapándosela con el micro para que Rockefeller dijese aquello de «Tooooma Moreno» con un mínimo de respeto a la profesión. A Rogen le pasa lo mismo. Con independencia de la naturaleza del chiste que le toque leer, va a su marca, pone cara de flipado, suelta su frase y vuelve a su cara anodina con la expresión satisfecha de quien cree haber dicho lo más gracioso del mundo y cierta chulería como si estuviésemos tardando en reirnos.

Disfrazada de cuento de navidad gamberro, “Los tres reyes malos” es una sucesión de chistes de calidad tan desigual como discutible, generalmente de humor negro, de tono ácido y con el punto de mira puesto en las tradiciones y costumbres navideñas de las distintas razas y minorías étnicas. Tiene a su favor (eran otros tiempos) el no hacer distinción de credo, género o color de piel a la hora de ofender y el plantear una trama suficientemente inteligente como para que la película tenga cierta fluidez a la hora de insultar a unos y a otros sin parecer que va lanzando pedradas humorísticas. En contra tiene a Seth Rogen y que el metraje entre un chiste razonablemente afortunado y el siguiente gag exitoso se hace muy largo. Mucho. Además, cae en los complejos de querer poner un final que nadie demanda a una película pensada por y para la diversión más simple, por lo que sus últimos veinte minutos son un puro relleno anticlimático.

Patochada de gracia indeterminada. Hay cosas mucho mejores, pero también peores. Ganaría un montón cambiando a Seth Rogen por una nécora, por Espinete o por M. A. Barracus, pero hay que reconocer que el resto del reparto da la talla equilibra el nivel. No pasa nada por verla una vez y tampoco pasa nada por olvidarla.