Melodrama construido alrededor de una de sus plantillas más socorridas: un triángulo amoroso en el que el vértice femenino se enfrenta a una disyuntiva tan antigua como la monogamia: ¿Estabilidad o desenfreno? ¿Mejor la seguridad sin pasión o la pasión sin seguridad? ¿La montaña rusa del amante canalla que te pone a cien o el monótono tiovivo de un afectuoso marido que sólo puede darte todo lo que tiene?

Sin mucho recorrido en lo argumental, “The deep blue sea” busca atraer con su elegante factura, su lograda ambientación de época y un atractivo reparto que exhibe cierta química pero cuesta empatizar con alguien que, siendo teniendo la suerte de llevar las riendas de su vida y con una total libertad a la hora de tomar sus propias decisiones, parece empeñada en no saber ser feliz. O en no querer ser feliz, que es aún peor. En alguien empeñado en que las cosas cambien solas y la realidad se mueva a su conveniencia en lugar de aceptar que todo tiene pros, contras y precio y que la vida consiste en sacarle el máximo partido considerando todos los factores. Así que al final, “The deep blue sea” viene a ser como observar la triste vida de una inconformista acomodada por una mirilla y ver cómo sufre por conceptos que cualquier persona con un poco de mundo ya dejó atrás al cumplir los veinticinco.

No es un mal producto, pero no le veo mercado más que para amantes del cine por el cine, para gente con tiempo libre de sobra o tarifa plana en alguna sala.