Margaret Thatcher nace en 1925 en el seno de una familia humilde, aunque no tanto como nos quieren mostrar en "La dama de hierro". Y tras verse enfrentada con un mundo machista que relega a las mujeres al plano más aburrido del hogar, junto al fregadero o al cargo de los niños, se forja la lucha interna por un lugar destacado como mujer. Su ansia de poder la llevará a convertirse en un personaje de gran influencia en el final del pasado siglo.

Se gradúa en Oxford, a esto me refiero con "no tan humilde", no sé si os hacéis cargo del precio de las tasas por estudiar en la más elitista de las universidades británicas. En su familia se practicaba la demagógica política local y pudo aprender ciertos modos discursivos para su carrera en el parlamento. Pero pronto se deshizo de lo que pudiera afectarla en la élite política por pertenecer a una familia que poseía una tienda. Se casa con un poderoso influyente y consigue escalar, aunque sin perder nunca los principios de liderazgo.

Enfrentada a todas las barreras procuradas por los hombres que veían amenazado su poder bajo la firme mirada de Thatcher, se embarca en el liderazgo de su partido (conservador) y consigue ser primer ministro, un título que no estaba preparado para la llegada de una mujer y tuvo que ser remodelado. Culpó a los activistas de desobediencia y cobardía, de no querer aportar nada a la nación. Ella afirmaba que todos debían trabajar, y para ello minó toda intención sindicalista y destruyó su poder de asamblea y consenso. Aquello trajo la división del país y el comienzo de una etapa imperialista con el valor "libra" de fondo. Lo único valioso pasaba a ser el beneficio económico, la consideración ajena y la ostentación de poder. Éxito como palabra clave y aliciente para una devastadora ideología que machacó la posibilidad política en Europa y condenó a nuestras generaciones a la devaluación de nuestra moral, nuestro arte y, por supuesto, nuestros preciados signos públicos. Ese partido conservador ya no podía serlo más e invirtió su rumbo en pos del capitalismo liberal que, incipiente hace 30 años, ya enseñaba sus garras a una Europa en medio de varias guerras no declaradas.



En la película vemos el proceso por el cual M. Thatcher se convierte en una luchadora. Aborda su juventud con cautela para enseñarnos a una dama de hierro ingenua y metódica, a la par que incisiva y obstinada. Nada más lejos de la realidad, por muchos golpes que soportara y por más batallas que venciera. Miles de personas murieron por decisiones que tomó cuando eran evitables, bajo la orden del "Yo soy la que manda". De hecho, una de sus arengas más famosas iba frontalmente contra todo ideal político democrático, amenazando con exterminar todo rastro de socialismo que pudiera dar oportunidad a todos los seres humanos por el hecho de serlo. Éste país exige un impuesto por igual, independientemente de la situación económica, y quien lo paga tiene el privilegio de vivir aquí, quien no, no lo merece, llega a decir nuestra metálica dama.

Pero la joven Thatcher no es equiparable a la madura y desequilibrada que protagoniza esta película. Ésta anhela la compañía de alguien, su marido, después de deshacerse de todo rastro humano a su alrededor clamando su capacidad para valerse por sí misma. Sufre alucinaciones con su marido fallecido años atrás e intenta mantener la cordura frente a familiares que saben de su demencia. Este papel estaba destinado a interpretarse con el único fin de ganar la dorada estatuilla y, ya de paso, ofrecer una visión más cercana de la dictadura británica durante aquellos años. Y es que actualmente se toman decisiones internacionales muy parecidas, y si tenemos alguna referencia no nos parecerán tan malos. A algunos.



El caso es que Meryl Streep borda una soberbia interpretación con matices de soberana, de magnate, pero también de valentía, de superación y de resignación. Lo hace con ayuda de un maquillaje y una ambientación francamente espléndidas. De aspecto sobrio, la cinta está gravemente marcada por esa estética británica de carácter histórico, donde el vulgo es siempre gris y los interiores predominan entre diálogos súper-trascendentes. Y aunque pocas discusiones son todo lo significativas y violentas que uno podría esperar, se mantiene en una línea apropiada y segura, aunque demasiado condescendiente con la figura de la dictadora. Recordemos que no aceptaba ninguna opinión en contra, pueden buscar en el diccionario lo que "fascismo" significa. Sus discursos estaban llenos de mentiras sólo por su ansia de poder, su éxito prohibió cualquier medida social.

La narración se torna repetitiva, con idas y venidas a los mismos lugares comunes. Avanza con determinación y solventa los grandes sucesos históricos, pero se aprecia falta de recursos para terminar con la descripción.

Para cualquier actriz, la interpretación femenina es de obligada visión y de necesaria admiración. Y eso que no me agradan los gestos de Meryl Streep. Y la película se deja ver con una mantita y un café, pero no tengan la osadía de creer que en Gran Bretaña el siglo terminó como nos cuenta Phyllida Lloyd, resulta un tanto engañoso.

Por ello dejo un par de referencias contrapuestas para rescatar alguna descripción con más rigor y, por amor al arte, más bellas.
-EL MUNDO DE AYER, de Stefan Sweig. (Para una visión de la evolución del S. XX)
-La filmografía de Ken Loach. (Para una familiarización con la lucha de clases en Reino Unido)