Interpreto la película de Imamura como alguien que empieza dando tantos bofetones, quedándose tan a gusto, que lo que viene después (por decir algo a partir del primer tercio de película, unos 45 minutos) ya es fruto de un alma reposada, descansada y en paz. Por ello, aunque por motivos distintos, esa primera parte es una barbaridad y lo que sigue también.

La historia de este pobre diablo empieza realmente antes de que cometa los crímenes que vamos a ver, cuando muestra un odio hacia su padre que lo va a comer por dentro toda su vida, pero lo interesante es que la película no empieza ahí sino cuando ya ha sido detenido y va camino de la cárcel. He aquí el primer bofetón del director, sabemos que el malo será cazado y de ahí en adelante son más de dos horas de flashbacks y flasforwards que van a ir definiendo el carácter psicótico del protagonista y unas veces de forma cruda, otras de forma subliminal, seremos testigos de sus lamentables peripecias.

Al principio es un rompecabezas loco y echará para atrás a alguno, pero como lo duro y bestia lo ofrece en ese arranque te engancha, Imamura no hace nada porque sí. Como digo si tras ese primer tercio de largometraje uno sale vivo las siguientes idas y venidas dentro de la línea temporal ya no molestan, queremos saber más del protagonista, conocer sus motivaciones y de qué es capaz. Respondo a ello: es capaz de todo y lo veremos y lo que más me turba personalmente es que no es un nihilista tal y como yo lo veo, no lucha contra una sociedad por la que se siente oprimido. Es más sencillo que eso, es una cuestión de supervivencia de la mano de la maldad más absoluta. No es cuestión de juicios morales, ese tío es un demonio capaz de todo por conseguir dinero y sobrevivir.

Imamura se carga el tiempo y la moral. Por los suelos. Más allá de su remake de Narayama tiene una filmografía exquisita, única, personal. Para acabar debo confesar que la frialdad de su actitud cuando está preso me ha matado, la conversación final con su padre es un escándalo... Aunque hay más...