La historia del adolescente que rompe la hucha para irse de putas me ha encantado. Seguramente un poco más de información sobre la depresión del padre no nos hubiera ido mal, puesto que la situación de abandono que sufre nuestro joven protagonista es clave para el posterior desarrollo de la historia. La prostitución en ese entrañable París de los años sesenta está tratada con respeto y con cariño, con un colorido que hace que la película pueda presumir de estilo propio (eso por parte del director, no es cosa mala) pero que no esconde otras carencias.

La otra parte del binomio es Omar Sharif, recientemente desaparecido, que es quien me ha traído aquí y que también interpreta a alguien con muchísimo atractivo. Entiendo que la suma de ambos, judío y musulmán por un lado (me encanta que ponga en duda lo de ser árabe, que eso es sólo sinónimo de abrir una tienda durante más horas de las que tiene un día caramba!!!) funcione tan bien. Son entrañables y se hacen colegas de forma natural. Los hay mal mirados que observan tendencias pedófilas por parte de Omar Sharif y ciertamente esas dudas se podrían haber eliminado suprimiendo las escenas de la sauna, porque digo yo, una cosa es cuidar del chaval y comprarle unos zapatos nuevos y otra es llevárselo a una sauna...

Pero al lugar al que quiero llegar para subir el tono de mis quejas es al mal trazado viaje a la península de Anatolia. Esa 'road movie' chirría por todas partes, no me convence. Si la aparición de la madre es un error de guión lo del viaje ya es para salir corriendo. ¿Muy bien coloreado?; más que eso, una obra de arte, porque por lo visto las frasecitas del Corán son una delicia para el público en general. Para mí todo es suave, suavecito, suavecito....