Según cómo y para según quién, mirar al pasado puede resultar muy doloroso. La historia que Mario Camus presentó en 1977 al público demuestra quizás una sensibilidad mayor que la esperada, conociendo el contexto, sabiendo que había muchas emociones contenidas y que por fin se podía romper el silencio. Marisol deja de ser Marisol y pasa a ser ya definitivamente Pepa Flores, por suerte para ella y para todos, para verla aquí como a una sufridora maestra de escuela que, como todos los personajes en la película, lleva arrastras el dolor de un conflicto bélico que rompió en dos su vida.

Camus mima la imagen, mima a sus personajes y narra una historia en un contexto que podría usar para ser mucho más tendencioso de lo que es. Me da la impresión que lo único que quiso hacer es contarnos una historia triste, quiso transmitir un drama y lo consiguió, sin ánimos de revanchismo ni sacar pecho por fin ahora que le dejaban. Pudo pasarse mil pueblos y no lo hizo, cosa que se agradece porque al fin y al cabo al espectador de ahora y al de antes, al espectador con dignidad, lo que le interesa es que haya un mensaje honesto. Por ello creo que se trata de una película preciosa que puede verla cualquiera sin sentir otra cosa que la emoción al ver a una pareja que por las lamentables circunstancias históricas que les toca padecer, viven una historia de amor interrumpida.

Y es eso con lo que nos tenemos que quedar, con sus reencuentros fugaces, con el dolor de una historia de amor interrumpida. Ellos sólo son un ejemplo, a la vez que homenaje a tantas y tantas vidas rotas en mil pedazos por culpa de decisiones ajenas.