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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Voto de Peaky Boy:
9
Drama. Fantástico. Terror En el Japón medieval, la madre y la esposa de un guerrero esperan su vuelta del frente. Sobreviven engañando a los soldados perdidos en los campos, a los que asesinan para luego vender sus pertenencias... (FILMAFFINITY)
7 de agosto de 2013
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cultura tradicional japonesa es una de las más meticulosas, perfeccionistas y metódicas de todo el mundo. Su escritura, o Shodo, es un arte en sí misma que requiere la habilidad y experiencia de todo un maestro calígrafo para llevarla a cabo, el modo tan concienzudo de disponer cada uno de los platos típicos que su gastronomía ofrece, su clásica vestimenta, e incluso su manera de embalsamar y preparar a los difuntos, como puede verse en la obra de Yojiro Takita, Despedidas, 2008, son indicadores del procedimiento estructurado y pausado que los alabados artistas emplean para desempeñar cualquier tipo de disciplina. Esta filosofía se refleja perfectamente en su cine, caracterizado por tener una imagen muy cuidada, unos planos muy estudiados y un desarrollo mucho más lento de lo que estamos acostumbrados en occidente.
Onibaba, según el folclore ancestral japonés, es un demonio con apariencia de anciana, muy peligroso por lo imprevisible de su carácter y su capacidad para disfrazar su terrible forma. Bajo esta premisa, el director nos plantea una historia demoníaca basada en una de las muchas leyendas que se esconden tras estos desalmados espíritus.
Kaneto Shindo es un realizador muy prolífico que cuenta con más de cuarenta películas dirigidas y doscientos guiones escritos. Siempre oculto tras la sombra de los grandes genios del mainstream japonés, como Akira Kurosawa, o Kenji Mizoguchi, Shindo siempre apostó por un cine mucho más underground pero de una calidad equiparable a cualquiera de los trabajos de los antes mencionados. Nacido en Hiroshima, muestra en toda su obra una clara influencia por el terror vivido durante y tras la segunda guerra mundial; hecho que queda especialmente retratado en este filme en el que, pese a desarrollarse durante la edad media, el paralelismo con el Japón derrotado tras el acta de rendición, es inevitable. El caos, la desolación, la miseria por la que pasan los luchadores que, abatidos, regresan a casa en busca de refugio, queda perfectamente plasmado en la sombría imagen creada de los desolados campos de juncos a las afueras de Japón.
La mujer y la madre de un guerrero llamado a filas, cuyo nombre es Kichi, esperan el regreso de éste mientras sobreviven a base de matar a los indefensos samuráis que van cayendo en sus trampas, para así, quitarles sus pertenencias y cambiarlas por comida. Un día, por medio de un vecino recién llegado, se enteran de que Kichi ha caído en combate y no va a regresar. Desde ese momento surgirá entre el hombre y la mujer de su compañero, un amor basado en el paroxismo sexual, que será sólo refrenado por la anciana madre quien, por miedo a que la dejen sola, hará todo lo posible para que ese amor nunca llegue a consumarse. Para llevar acabo semejante despropósito, se valdrá de una máscara de demonio robada a un samurai, post mortem, para asustar a la pareja e impedir sus encuentros sexuales. Pero ya lo dijo Agustín Moreto con la frase que da título a su genial comedia, No puede ser, el guardar a una mujer, y por más empeño que ponga la vieja, no conseguirá reprimir los impulsos de los enamorados, más al contrario, hará que la pasión entre ambos sea cada vez más fuerte.
Asfixiante cuento de terror metafórico en el que se explora la bajeza del ser humano por medio de sus acciones. La banda sonora, a cargo del compositor y asiduo colaborador de Shindo, Hikaru Hayashi, compuesta por los populares tambores japoneses denominados Taiko, y una base de Jazz minimalista, acompañan a la sensacional fotografía en blanco y negro, enfocada en el uso predominante de los claroscuros y el juego de sombras. Un retrato del Japón feudal durante el represivo Shogunato Ashikaga, en el que a excepción de la indumentaria de los derrotados samuráis que aparecen, pocas referencias asoman sobre el periodo en el que se enmarca la historia, dotando a la cinta de una atemporalidad poco convencional que logra centrar la atención en los personajes y su interacción con el medio. Unos personajes desprovistos de moral, que sacian sus instintos primarios como animales, sin remordimientos ni dubitaciones, entre los altos juncos que, mecidos por el viento, crean un escenario perfecto, a la par que claustrofóbico, para dejarse llevar por lo prohibido. Una historia triangular narrada, con un diálogo muy escaso, de manera brillante, donde la tensión erótica y el terror formarán una alianza tan fuerte como el reguero de sentimientos que se desprenden de los protagonistas.
Película de demonios sin demonios, y es que en ningún momento del metraje aparecen elementos sobrenaturales de cualquier tipo. Sólo una frase de la anciana, interpretada por la musa del director, Nobuko Otowa, que desesperada grita, —No soy un demonio, soy un ser humano, nos hace reflexionar sobre si la mujer está en lo cierto o su comportamiento es parte de un diabólico juego del perverso Onibaba.
Peaky Boy
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