Pocas veces me he encontrado con una película que con tantos desajustes me haya satisfecho tanto. Y es que la primera hora aproximadamente es apasionante. No por su dinamismo, ni tan siquiera por sus efectos visuales (magníficos), sino porque los acontecimientos que introducen la trama de la historia, que pueden llegar a ser tan cercanos y comunes como un simple desahucio en una barrida de chabolas, se suceden en un entorno tan surrealista que acaba produciéndose un cocktail sumamente adictivo que hace que te agarres a la pantalla sin remisión.

Todo esto, además, se añade a la progresiva empatía que se va adquiriendo al personaje protagonista, al principio odioso y repulsivo y, poco a poco, en consonancia con el incremento de sus problemas, querido y comprendido.

Ya, una vez afianzado el film, cierto es que los sucesos se aceleran, se cae en una serie de convencionalismos que no debieran encontrarse en un film de este tipo, supuestamente alejado de los recursos más comerciales, y aparece cierta dosis de acción/belicismo algo forzada, pero, no sé cómo, el poso que quedó al aparecer los créditos resultó ser mucho más dulce que amargo.