Media votos
6,5
Votos
918
Críticas
16
Listas
6
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Juan Manuel Játiva Rosado:
6
6,4
1.528
Drama
Tres adolescentes británicas se van de vacaciones para celebrar sus ritos de iniciación: beber, salir de fiesta y ligar, en lo que debería ser el mejor verano de sus vidas. (FILMAFFINITY)
17 de marzo de 2024
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer largometraje de Molly Manning Walker que pone el foco en una triste realidad a la que ya nos hemos acostumbrado en las dos últimas décadas: el turismo de borrachera que muchos jóvenes emprenden en un momento de su vida, normalmente en ese paso del instituto a la universidad, como si fuera una especie de ridículo rito de iniciación a la vida adulta. En este caso, la película nos muestra, con un estilo a veces casi documental, ese viaje que hacen tres adolescentes a Miali, Creta (podría ser perfectamente a Magaluf) como fin de etapa del instituto, mientras esperan las calificaciones para poder entrar a la universidad (su EvAU, o su selectividad, para los que somos más boomers).
Durante media hora larga asistimos (con cierto aburrimiento y bastante desapego por mi parte, tengo que reconocerlo) a los desfases diarios y, sobre todo, nocturnos, de estas tres muchachas que se comportan como auténticas chonis descerebradas. Conocen a otro grupo de mamarrachos y su rutina consiste básicamente en levantarse tarde con resaca, emperifollarse de nuevo para acudir a fiestas sexuales en piscinas y beber hasta perder el conocimiento. Las tres chavalas tienen perfiles diferentes: está la lista (parece la más centrada de las tres), la virgen (a la postre, nuestra protagonista) y la mala (que se cree la más atractiva y parece disfrutar humillando a su amiga virgen e incitándola a que dé el paso de acostarse por fin con cualquier memo borracho en alguna de esas fiestas de Sodoma y Gomera, que diría el Fiti).
La primera parte de la película, como digo, parece más un reportaje de ‘Equipo de investigación’ sobre ese tipo de turismo de desfase, sexo y alcohol para adolescentes. Lo veo con desagrado y cierto rechazo hacia los personajes, he de reconocerlo. Solo falta algún idiota haciendo balconing para completar ese triste y cotidiano retrato. Es el pack completo que parecen vender en muchas agencias de viaje: playa, alcohol, drogas, sexo y balconing. Abstenerse interesados en visitas culturales a la zona.
Afortunadamente, tras 45 minutos de escenas de desmesura alcohólica y comportamientos neandertales, la película centra el foco por fin en el personaje de Mia McKenna-Bruce (la chica virgen) y su primera experiencia sexual. Es a partir de ahí cuando la película se vuelve realmente interesante, tierna y dura también. La actriz hace un trabajo espectacular y la expresividad de su rostro empieza a comerse la pantalla, ofreciendo por fin un relato dramático y reflexivo. Una pena que Molly Manning Walker haya desperdiciado tantos minutos de película mostrando las orgías alcohólicas y no haya centrado más su película en las relaciones de los personajes y en el drama. Aunque entiendo que, quizás, también la intención de la directora era retratar esa especie de distopía alcohólica y el daño que puede llegar a producir.
Me gustó esa segunda parte de la película y la sutileza con la que trata los temas delicados Manning Walker. Es una sutileza algo fría, pero lo suficientemente impactante para sacudir al espectador y ofrecerle por fin una historia potente, una realidad tan amarga como desgraciadamente habitual. La película gana muchos enteros en esa segunda mitad en la que Mia McKenna-Bruce, con sus gestos, con su mirada, nos lo cuenta todo y te sacude por dentro, ciertamente.
Salgo del cine con la sensación de haber visto una película algo irregular en su construcción narrativa, pero necesaria desde el punto de vista pedagógico y social. Es una película de contrastes, de miedos, de vergüenzas y de heridas. Me voy cabreado de la sala, pensando que, a pesar de todo, queda tanto por hacer todavía…
Durante media hora larga asistimos (con cierto aburrimiento y bastante desapego por mi parte, tengo que reconocerlo) a los desfases diarios y, sobre todo, nocturnos, de estas tres muchachas que se comportan como auténticas chonis descerebradas. Conocen a otro grupo de mamarrachos y su rutina consiste básicamente en levantarse tarde con resaca, emperifollarse de nuevo para acudir a fiestas sexuales en piscinas y beber hasta perder el conocimiento. Las tres chavalas tienen perfiles diferentes: está la lista (parece la más centrada de las tres), la virgen (a la postre, nuestra protagonista) y la mala (que se cree la más atractiva y parece disfrutar humillando a su amiga virgen e incitándola a que dé el paso de acostarse por fin con cualquier memo borracho en alguna de esas fiestas de Sodoma y Gomera, que diría el Fiti).
La primera parte de la película, como digo, parece más un reportaje de ‘Equipo de investigación’ sobre ese tipo de turismo de desfase, sexo y alcohol para adolescentes. Lo veo con desagrado y cierto rechazo hacia los personajes, he de reconocerlo. Solo falta algún idiota haciendo balconing para completar ese triste y cotidiano retrato. Es el pack completo que parecen vender en muchas agencias de viaje: playa, alcohol, drogas, sexo y balconing. Abstenerse interesados en visitas culturales a la zona.
Afortunadamente, tras 45 minutos de escenas de desmesura alcohólica y comportamientos neandertales, la película centra el foco por fin en el personaje de Mia McKenna-Bruce (la chica virgen) y su primera experiencia sexual. Es a partir de ahí cuando la película se vuelve realmente interesante, tierna y dura también. La actriz hace un trabajo espectacular y la expresividad de su rostro empieza a comerse la pantalla, ofreciendo por fin un relato dramático y reflexivo. Una pena que Molly Manning Walker haya desperdiciado tantos minutos de película mostrando las orgías alcohólicas y no haya centrado más su película en las relaciones de los personajes y en el drama. Aunque entiendo que, quizás, también la intención de la directora era retratar esa especie de distopía alcohólica y el daño que puede llegar a producir.
Me gustó esa segunda parte de la película y la sutileza con la que trata los temas delicados Manning Walker. Es una sutileza algo fría, pero lo suficientemente impactante para sacudir al espectador y ofrecerle por fin una historia potente, una realidad tan amarga como desgraciadamente habitual. La película gana muchos enteros en esa segunda mitad en la que Mia McKenna-Bruce, con sus gestos, con su mirada, nos lo cuenta todo y te sacude por dentro, ciertamente.
Salgo del cine con la sensación de haber visto una película algo irregular en su construcción narrativa, pero necesaria desde el punto de vista pedagógico y social. Es una película de contrastes, de miedos, de vergüenzas y de heridas. Me voy cabreado de la sala, pensando que, a pesar de todo, queda tanto por hacer todavía…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
De las tres amigas, Tara es la que sufre más complejos. No es tan lista como sus dos compañeras (ha suspendido el preuniversitario y tiene muy poca autoestima), se cree menos atractiva y sufre cierta presión social por ser la única que todavía no ha perdido la virginidad. Una presión estúpida que una de sus “amigas” parece empeñada en agrandar, al mismo tiempo que se muestra condescendiente y cruel con ella.
Con todo, no se puede culpar o responsabilizar absolutamente de nada a Tara. Lo que le ocurre no es producto del alcohol, de sus inseguridades, de sus complejos o de la presión social acerca del sexo a la que está sometida. No. Tara sufre una agresión sexual en la playa y una violación en la habitación, dos días después. Paddy se aprovecha de su estado de embriaguez esa primera noche en la playa para forzar una situación sexual para la que Tara, ni está preparada, ni le apetece realmente, ni, sobre todo, está en condiciones físicas o mentales de rechazar. Él le pregunta dos veces “¿Si?” y ella responde dos veces “Sí”, pero solo un estúpido podría ver ahí verdadero consentimiento. Gracias al flashback vemos como Tara solo siente dolor y asco por esa relación sexual. Y es tremenda la imagen de la mañana siguiente, cuando camina sola por esa especie de Magaluf arrasada por los excesos, sintiéndose tan vacía como arrepentida.
Después, sufre una violación, cuando está medio dormida, en la cama.
Lo más triste de la película es que uno se imagina la cantidad enorme de Taras que vivirán esas primeras (o no primeras) relaciones sexuales similares a esta. La mayoría, por desgracia, todavía tendrán miedo de hablar, como ella, de denunciarlo. Lo asumirán como “cosas que pasan”. Muchas lo asimilarán con el paso del tiempo y lo recordarán como una desastrosa “primera vez”. Incluso muchas se culparán por haber bebido demasiado, por haber permitido un primer acercamiento, hasta dudarán de haber podido “provocar” la situación, el malentendido… Cuando nada de eso es cierto. Son muchachas, mujeres (también algún hombre, por supuesto), que mantienen relaciones sexuales en un momento en el que no sienten verdadero deseo. O, directamente, como le ocurre la segunda vez a Tara, que son forzadas, violadas, aunque no medie una amenaza física o una agresión violenta.
La última conversación que tienen Tara y su amiga Anna es demoledora. Casi en susurros, para que nadie lo escuche, para que la otra amiga (metáfora de la propia sociedad) no acabe culpándola, deja caer Anna la frase típica de “Tenías que haber dicho algo”, mientras Tara asume con tristeza. Ambas chicas se miran y se comprenden. Como si, en el fondo, supieran que es una situación tan común, tan habitual, que no hay más remedio que asumir y olvidar cuanto antes. Tara acabará asimilando esas primeras veces, olvidando a su violador para poder seguir viviendo sin ese recuerdo horrible. Acaso culpándose también de vez en cuando, por haberlo permitido…
Qué sociedad tan fallida tenemos si hay chicas (y chicos) que se acaban responsabilizando en parte del daño que les causen otros. O que prefieren callar y tratar de olvidar para no ser victimizados, culpados y señalados.
La parte más tierna de la película es la que protagoniza el bueno de Badger. El único personaje que parece interesarse sinceramente por Tara y que intuye que algo le ha pasado. Lástima que tampoco se atreva a manifestarlo. Es otra metáfora más del silencio cómplice, como su amiga Anna. Todos callan porque, en realidad, en esta sociedad enferma, ninguno está totalmente seguro de que no haya cierta parte de responsabilidad de todos, también de las víctimas. Así de triste es como se entiende muchas veces, cuando, la pura verdad, es que en este caso (en estos casos) el único culpable es Paddy, todos los Paddy. La mayoría de esos Paddy son tan estúpidos, tan animales, que no lo saben o no quieren saberlo: pero lo cierto es que son violadores con todas las letras.
Con todo, no se puede culpar o responsabilizar absolutamente de nada a Tara. Lo que le ocurre no es producto del alcohol, de sus inseguridades, de sus complejos o de la presión social acerca del sexo a la que está sometida. No. Tara sufre una agresión sexual en la playa y una violación en la habitación, dos días después. Paddy se aprovecha de su estado de embriaguez esa primera noche en la playa para forzar una situación sexual para la que Tara, ni está preparada, ni le apetece realmente, ni, sobre todo, está en condiciones físicas o mentales de rechazar. Él le pregunta dos veces “¿Si?” y ella responde dos veces “Sí”, pero solo un estúpido podría ver ahí verdadero consentimiento. Gracias al flashback vemos como Tara solo siente dolor y asco por esa relación sexual. Y es tremenda la imagen de la mañana siguiente, cuando camina sola por esa especie de Magaluf arrasada por los excesos, sintiéndose tan vacía como arrepentida.
Después, sufre una violación, cuando está medio dormida, en la cama.
Lo más triste de la película es que uno se imagina la cantidad enorme de Taras que vivirán esas primeras (o no primeras) relaciones sexuales similares a esta. La mayoría, por desgracia, todavía tendrán miedo de hablar, como ella, de denunciarlo. Lo asumirán como “cosas que pasan”. Muchas lo asimilarán con el paso del tiempo y lo recordarán como una desastrosa “primera vez”. Incluso muchas se culparán por haber bebido demasiado, por haber permitido un primer acercamiento, hasta dudarán de haber podido “provocar” la situación, el malentendido… Cuando nada de eso es cierto. Son muchachas, mujeres (también algún hombre, por supuesto), que mantienen relaciones sexuales en un momento en el que no sienten verdadero deseo. O, directamente, como le ocurre la segunda vez a Tara, que son forzadas, violadas, aunque no medie una amenaza física o una agresión violenta.
La última conversación que tienen Tara y su amiga Anna es demoledora. Casi en susurros, para que nadie lo escuche, para que la otra amiga (metáfora de la propia sociedad) no acabe culpándola, deja caer Anna la frase típica de “Tenías que haber dicho algo”, mientras Tara asume con tristeza. Ambas chicas se miran y se comprenden. Como si, en el fondo, supieran que es una situación tan común, tan habitual, que no hay más remedio que asumir y olvidar cuanto antes. Tara acabará asimilando esas primeras veces, olvidando a su violador para poder seguir viviendo sin ese recuerdo horrible. Acaso culpándose también de vez en cuando, por haberlo permitido…
Qué sociedad tan fallida tenemos si hay chicas (y chicos) que se acaban responsabilizando en parte del daño que les causen otros. O que prefieren callar y tratar de olvidar para no ser victimizados, culpados y señalados.
La parte más tierna de la película es la que protagoniza el bueno de Badger. El único personaje que parece interesarse sinceramente por Tara y que intuye que algo le ha pasado. Lástima que tampoco se atreva a manifestarlo. Es otra metáfora más del silencio cómplice, como su amiga Anna. Todos callan porque, en realidad, en esta sociedad enferma, ninguno está totalmente seguro de que no haya cierta parte de responsabilidad de todos, también de las víctimas. Así de triste es como se entiende muchas veces, cuando, la pura verdad, es que en este caso (en estos casos) el único culpable es Paddy, todos los Paddy. La mayoría de esos Paddy son tan estúpidos, tan animales, que no lo saben o no quieren saberlo: pero lo cierto es que son violadores con todas las letras.