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España España · Zaragoza
Voto de Nanofilis:
7
Drama Andreas (Rutger Hauer) es un vagabundo más de los muchos que viven bajo los puentes de París. Cuando recibe de un desconocido la suma de doscientos francos, con la única condición de devolverlos como ofrenda a la imagen de una santa, emprende un peregrinaje de carácter fundamentalmente espiritual para ser digno del favor recibido. Fábula sobre la redención y la dignidad personal. (FILMAFFINITY)
24 de diciembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Exquisita factura y delicada fotografía en una película que alarga -quizá demasiado- la nouvelle de aquel santo bebedor llamado Joseph Roth. Aquí se dan cita la mística del clochard y del flâneur con la irresistible musicalidad del vino, auténtica bendición y perdición del protagonista, magníficamente interpretado por el replicante Rutger Hauer.

"Bebo porque cuando bebo pasan cosas" decía Fitgerald, y vaya si pasan aquí. Los laberintos se bifurcan incesantemente y lo que parecía una promesa fácil de liquidar, termina siendo el propio leit motiv de la película. Los meandros y los vericuetos de la vida impiden llegar a nuestro protagonista a su destino y es así como se dispersa en esa París dispuesta a desorientar al más decidido.

¡Y qué París tenemos aquí! En escasas ocasiones hemos presenciado los cafés, los salones de bailes, los hoteles, los restaurantes, los escaparates (los interiores desbordan en belleza a cualquier exterior) como los que se nos presentan en esta sobrerrepresentada ciudad, pero que aquí, una vez más, nos vuelve a sorprender. Todo se encuentra bajo la pátina del tiempo, es decir, de la nostalgia. Esos espejos, esos mármoles, ¡esas copas!, ¡esa luz! junto con la amplitud de los escenarios (el grueso de la cinta lo componen planos generales) nos permiten soñar con unos espacios de fantasía en un tiempo que nunca más disfrutaremos. Y aunque resuenan ecos de 'Érase una vez en américa' y de 'El último tango en París', 'La leyenda del santo bebedor' sabe encontrar un lugar propio gracias al buen hacer de su director. Y todo ello sin hablar de una estupenda utilización del flashback que en nada entorpece el ritmo de la narración.

Pero la película también tiene algún punto flojo que con un montaje menos autoindulgente podría haberse evitado. El director, en su intentos de captar el tiempo inmóvil de la espera y de la conciencia castigada, se recrea en exceso el algunos momentos en los que la cadencia se torna mera parsimonia -la penúltima escena es de todo punto excesiva en lo tocante a su duración-. Por otro lado, si bien entiendo la narración como un viaje del alma por las nebulosas de la ciudad/alcohol, no hubiera estado de más un mayor esfuerzo en un guión excesivamente dependiente de las miradas perdidas, locas y borrachas del protagonista.

Me gustaría terminar con un poema que podría haber escrito perfectamente nuestro santo bebedor, alguien marcado por el día jueves en que nació, por la soledad, la lluvia y los caminos:

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Nanofilis
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