Terrorífica, dicen. Sí, terroríficamente inaguantable. No digo yo que la película sea mala, ni mucho menos, digo que lo que se me cuenta y su desarrollo me interesa bastante poco. A saber, 7 hermanos, a cual más chillón e insoportable, quedan huérfanos de madre (la pobre moriría dando gracias a Dios, muy mentado a lo largo de la obra, por cierto) por causas que se desconocen, aunque si seguimos el rastro de miguitas de pan, pueden llegar a intuirse*. Ajá, ajá, ajá, sigue narrando no sea que me duerma. Total, que ante el cambio en la dirección de los vientos, los chavalines, ya acostumbrados a buscarse las castañas y comandados por la hermana mayor (o eso dice ser), deciden callar como putas y vivir de gorra a costa de los muertos, que aunque enfermos en vida también en ella acumularon sus dineros, precavidos ellos, para mantener familias numerosas sin mover un dedo. Claro que ahí no acaba la sensacional aportación de esta -ya inerte- mujer todoterreno, no, pues instruyó a sus vástagos en una fe trasnochada y grotesca bien basada en Padres**, Hijos y Espíritus varios (santos, por supuesto), capaz de coexistir, mira tú qué cosas, con sesiones de espiritismo y actitudes poco cristianas (tienes el pelo muy largo). O no, es verdad, que estamos en los 60... fallo mío.

Ajá, ajá, ajá, sigue narrando no sea que me duerma.

Y así, entre idas y venidas de adultos poco adultos y niños actuando como adultos y pecando como niños que no se creen niños y tampoco confían en adultos, entre gritos y más gritos, alargados desayunos y paseos hasta el cole, visitas inesperadas y creación de templos en jardines y veladas espiritistas sin espíritu, por no hablar de un tímido "in crescendo" que sólo puede llevar a un resultado***, empieza y acaba esta película, y que me parta un rayo si no he echado de menos a Macaulay Culkin y su puta mala suerte al quedarse solo siempre cada vez que a sus padres les daba por ir de vacaciones.

Él sí que sabía; él sí que era grande.