Fassbinder respeta la unidad espacial del teatro aristotélico, y poco más, porque el resto de elementos es un festival de transgresiones psicosexuales y sociales que, prestando atención a la fecha, resulta un documento tempranísimo de queerness y homosexualidad.

Margit Carstensen trae a un personaje intenso y brutal, pero sorprendentemente empático. No es la mejor persona del mundo, salta a la vista al ver cómo trata a esa Marlene omnipresente, fantástica, rabiosa, pero servicial. Sin embargo, en los momentos de derrumbe, es complicado que el corazón del espectador no se ponga de su parte y admita que, quizás, hay mucho sufrimiento detrás de esa máscara de cinismo, apariencias y lujo. En este sentido, me encanta que Fassbinder haya decidido ir hasta el final con cómo representar a una mujer, no al borde de un ataque de nervios, sino perfectamente enmarcada en un estado emocional patético-nervioso que la convierte en uno de los mejores personajes melodramáticos de la historia del cine.

La teatralidad está ahí como clarísimo recurso, pero Fassbinder y su DP Michael Ballhaus no se olvidan de que el cine es un medio con herramientas expresivas que van más allá de lo teatral. Si bien se favorecen los planos largos, lentos y sesudos, los dos hombres mencionados se benefician de los primeros primerísimos planos, de los desenfoques y de la creación de varias capas de profundidad, construyendo en ocasiones verdaderas obras de arte.

THE BITTER TEARS OF PETRA VON KANT enmienda mi relación con Fassbinder, una que solo se sostenía sobre la bizarra experiencia que resulta ver QUERELLE sin saber nada del estilo de su director.