Todo el que sueñe o haya soñado sabrá notar el encanto de la película, la cual nos sumerge en el onírico mundo de Stéphane (Gael García Bernal) donde Gondry, hábilmente, nos confunde sobre los límites entre la realidad y la ilusión tanto como al mismo protagonista, y éste es el principal gran mérito de la película, además de una actuación más que decente de Gael García encarnando al tímido e inmaduro Stéphane, sin olvidar el encanto de Stéphanie encarnada por Charlotte Gainsbourg, la cual acaba enamorando incluso al propio espectador.

Otro gran acierto de la película es utilizar el Stop-motion como pieza fundamental para construir los sueños, otorgando al film de esa magia que torpemente se está perdiendo en el cine por culpa de los efectos especiales.

Pero la película está lejos de ser perfecta. A mi parecer se profundiza muy poco en su protagonista femenino, la cual acaba siendo tan desconocida para el espectador como para el propio Stéphan cuando confunde sus deseos, dejándonos con la sensación de que no acabamos de entender a Stéphanie porque apenas sabemos sobre ella.

Y el otro punto flojo es lo caótica que puede desarrollarse la historia. A pesar de que sabemos que estamos asistiendo a una mezcla de sueños y realidad nos da la sensación de que no acaban de hilarse debidamente, dejando detalles en el aire y preguntas sin responder (la conversación por teléfono, por citar algunos de esos momentos).

Pero en general estamos ante una de esas películas que atrapan por su magia y creatividad, algo que en el cine se lleva perdiendo desde hace tiempo, además de lograr que empaticemos con sus protagonistas y acabemos frustrados porque las cosas no salen como ellos (y nosotros) desean.

8/10