Una leyenda del pueblo irlandés con mayúsculas, sin contar con los unos ni con los otros, sólo con los de su barrio y por tanto su sangre, la muerte es la victoria porque ya les ha traido la comida a casa, el internado y la prisión, la escoria es la que al fin tiene mayor pasión por la tierra, un relato que incluye derechos humanos y opresión a los pobres, que salpica a funcionarios, abogados, policía y sacerdotes y que tiene planes escondidos en la legalidad para ser ilegal, desde la humillación nace un ser grande que no interesa ni al propio IRA, el chándal de un equipo de fútbol, camisas de propaganda y palomas de pedigree, maneras de pagar impuestos y otras cortinas de humo.

El criminal es a la vez un miserable vigilado y un hombre del pueblo que se toma su forma de vida como un juego del despiste que llega a tener tensión y fuerzas para aguantar sin caer en descuidos, una historia más centrada en el honor que en la violencia, una historia sencilla que busca en la burla de las autoridades el carisma y lo encuentra hasta dar lástima, una última jugada para recordar los buenos tiempos de melancolía en los que perdura aquello de nosotros contra ellos.