Sin galanes de cine, sino con actores de teatro, Hitchcock hace un auténtico thriller de un asesino en serie, Bob Rusk, que le pone estrangular a las rubias. Es un psicópata cruel, frutero, listo y amigo de las corbatas.

Es el Londres del tránsito de época, en una plaza llena de actividad, en el que el asesino campa a sus anchas eligiendo sus víctimas y despistando a Scotland Yard. La policía cree tener al asesino, pero no, ese hombre será un mala-suerte, será culpable de muchas cosas, pero no de los crímenes que se le acusa.

Hitchcock recurre a sus hábiles artimañas para acoplar secuencias y guion, sirve una sopa repugnante al inspector y se atreve con unas escenas de violencia y sexo que por aquel entonces fueron de lo más novedosas.
¡Dónde está el alfiler! ¡Cómo escapa la cámara del silencio del lugar del crimen hasta que llega al bullicio de la calle! Y los golpes que el arcón que va dando en los peldaños de la escalera, como pasos lentos y fuertes del asesino que se acerca, hay que admitir que nos dejan expectantes. Detalles de categoría.

-No lleva usted corbata, Mr. Rusk-. Frase clave del inspector, cierta además, que define la ironía fina de una de las mejores obras de Hitchcock y tal vez menos tenida en cuenta.