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Voto de Antonio Morales:
8
Drama En el Japón medieval, devastado por las guerras feudales, un vulgar ladrón es elegido para sustituir a un poderoso señor de la guerra, que acaba de morir. (FILMAFFINITY)
11 de mayo de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo gracias a las influencias de George Lucas y Francis F. Coppola, admiradores del maestro, Kurosawa consiguió una importante garantía de distribución de la Fox que ayudaría a la Toho japonesa para la producción de este grandioso fresco histórico, “Kagemusha”. En el Japón del siglo XVI, en plena guerra civil entre los clanes feudales para hacerse con el poder, un humilde ladrón va a ser ejecutado pero cuando sus guardianes advierten su extraordinario parecido con el señor feudal Shingen Takeda, deciden perdonarlo a cambio de convertirse en el doble de Takeda. Narrada en tono épico pero con múltiples concesiones a otros recursos expresivos, Kurosawa plasma brillantemente la cultura e idiosincrasia nipona, con una deliciosa puesta en escena y una plástica fotografía de una belleza asombrosa.

Kurosawa plantea un solemne melodrama de resonancias trágicas que mira con serenidad y lucidez el mundo de los samuráis, poniendo en cuestión la rigidez de su poder y anunciando su decadencia e inminente desaparición. Coherente con este trasfondo histórico, la película tiene un componente irónico y amargo, Takeda necesita un doble durante el tiempo suficiente para asegurar las fronteras de sus dominios e impedir que sus enemigos les invadan. El film se inicia con un plano-secuencia de unos seis minutos en el cual Takeda y su hermano observan al ladrón mientras consideran la opción de utilizarlo. La aparente frialdad de esa imagen – en plano general fijo sentados a la usanza nipona – es premonitoria de la tragedia que se desarrollará a continuación: Los samuráis discuten con parsimonia sobre el destino del pobre desgraciado elegido para tan extraño cometido, mientras que el ladrón es el único de los tres que, con sus gestos bruscos y miradas airadas – Tatsuya Nakadai, magistral en su doble papel -, demuestra una humanidad de la que sus interlocutores parecen carecer.

En esta memorable apertura reside buena parte del sentido del film: esa dicotomía sangrante entre el código de honor del samurái y el deseo natural de subsistencia del ladrón, la desesperación con que el poderoso necesita a un ser de inferior clase social para conseguir sus objetivos. De cómo un pobre hombre llega a creerse el personaje y la impostura, imitando los gestos y actitudes del shogun, sorprendiendo a los propios criados de Takeda. Cercano a la asombrosa historia de “El general de la Rovere” de Rossellini. Lo que interesa a Kurosawa es, en mi opinión, el proceso de asunción de la personalidad usurpada, lo cual le lleva a una profunda simbiosis con la persona por la que se hacen pasar. A la vista de lo expuesto, es fácil deducir que el tono dominante es intimista, roto tan sólo, con algunas magistrales batallas.

En su momento, las batallas del numeroso ejército de Shingen Takeda contra sus enemigos, dejaron patidifuso al público, por su espectacularidad, sus cielos rojizos, sus sombras a contraluz, el viento agitando los estandartes en los que rezan las palabras con que titulo esta reseña, la lluvia y su armonía paisajística. Sólo el propio Kurosawa consiguió igualar el nivel con “Ran”, su siguiente trabajo. Directores como Mel Gibson en “Braveheart” y Coppola en “Drácula”, reconocieron que se inspiraron en el maestro nipón. Después de rodar la entrañable “Dersu Uzala”, Kurosawa recuperó una de esas historias del Japón feudal que tan buenos resultados le habían dado en películas como “Los siete samuráis” o “Yojimbo”. Una reflexión sobre el poder y cómo éste es capaz de transformar a las personas, temas con los que Kurosawa entronca con las grandes tragedias de Shakespeare.
Antonio Morales
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