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Voto de Doctor Zaius:
9
Drama Brandon (Michael Fassbender) es un joven y apuesto neoyorquino con serios problemas para controlar y disfrutar de su agitada vida sexual. Obsesionado con el sexo, se pasa el día viendo revistas pornográficas, contratando prostitutas y manteniendo relaciones esporádicas con solteras de Manhattan. Un día se presenta en su casa, sin previo aviso, su hermana menor Sissy (Carey Mulligan) con la intención de quedarse unos días en su apartamento. (FILMAFFINITY) [+]
7 de febrero de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay dos planos secuencia cruciales en esta película que sirven para definir de qué va toda ella:

- en el primero, la cámara acompaña en paralelo al protagonista durante una carrera interminable por las calles de New York. En ella, Brandon, Michael Fassbender, huye de la presencia imprevista de su hermana en su piso impoluto, santuario del pornófilo contemporáneo obsesionado por el orden y la limpieza.

- en la segunda, la cámara acompaña de nuevo a Brandon justo en sentido contrario, de vuelta a su piso de soltero en el que, intuímos, ha ocurrido alguna desgracia irreparable.

Estas dos carreras, la primera nocturna y en fuga, la segunda diurna y de retorno al hogar son los dos ejes temáticos de la película condensados en dos secuencias prodigiosas.

Porque Shame es una película de prodigios, claro.

El primer prodigio se llama Michael Fassbender. En su cara viven cinceladas las emociones relacionadas con la ira, el sufrimiento del que se quiere huir y la insatisfacción con un presente inexorable.
El segundo prodigio se llama Carey Mulligan. Encarna la vida en su expresión más cálida. En su versión más entregada. Inevitablemente también la más frágil. El precio que se paga por la entrega excesiva es de todos conocido. Su personaje acude a un rescate imposible buscando ser rescatada con ello.
El tercer prodigio es la paleta cromática. El azul graduado a través de una gama inacabable de tonalidades. Incomunicación. Aislamiento. Soledad. Extrañeza. No hay palabras suficientes para las sensaciones que inducen las escenas claustrofóbicas de esta película, cada una de ellas marcada por una luz concreta que achica las habitaciones, vuelve pequeñas las calles de la ciudad, reduce los espacios hasta convertirlos en celdas imaginarias en las que sus habitantes se revuelven con furia, tristeza y resignación simultáneamente.

Un psicoanalista lacaniano diría que la película gira en torno al imperativo categórico contemporáneo: GOZA. El goce es la excusa para presentar a un personaje abismal, encadenado a una obsesión que cortocircuita su vida y que lo va destruyendo implacablemente, en una erosión cuyo origen no nos es revelado. La narración nos ata a su devenir por escenarios que nos refuerzan la idea de encarcelamiento y asfixia. Brandon se consume en una vida consagrada al culto al instante, a la descarga, a una sucesión de puntos de densidad infinita sin articulación temporal.

Brandon corre en dos escenas cruciales. En la primera escapa de quien podría sacarlo de su particular castigo de Sísifo. En la segunda el horror de lo real que irrumpe en su vida sólo lo hace vacilar durante unos instantes. Brandon corre como un animal sin cabeza. Guiado por su insatisfacción sólo consigue más insatisfacción, prisionero de un mecanismo infernal que no está en condiciones de deshacer.

Steve McQueen, como duele todo ésto.
Doctor Zaius
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