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Voto de Rex Mager:
6
8,0
72.529
Thriller. Drama
Arthur Fleck (Phoenix) vive en Gotham con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Actúa haciendo de payaso en pequeños trabajos, pero tiene problemas mentales que hacen que la gente le vea como un bicho raro. Su gran sueño es actuar como cómico delante del público, pero una serie de trágicos acontecimientos le hará ir incrementando su ira contra una sociedad que le ignora. (FILMAFFINITY)
3 de octubre de 2019
18 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película enfocada y servida enteramente a un solo personaje. Pese a las grandes distancias y contextos, este film tiene algunos ecos de otros blockbusters como “The Patriot” y “The Last Samurai”, donde observamos a Mel Gibson y Tom Cruise como (poco creíbles) antihéroes que quieren redimir su pasado, posando y realizando actos heroicos ante la cámara.
En esta ocasión, no encontramos los consabidos “antihéroes”, ni escenarios exóticos, ni grandes episodios históricos. No estamos ante una “epic movie”, sino ante la “nada” cotidiana, urbana... ante un personaje anodino, un típico “loser”, un perdedor del que no amerita detenerse. Podría hablarse a lo Heidegger y sentenciar que la “misma nada, nadea”. Y de ahí que los asistentes puedan salir de la sala sin ninguna enseñanza, efecto moralizante o alguna advertencia... salvo, quizá, una declaración contra el bullying sistemático, la discriminación social...
¿Qué decir de la película? ¿Abordamos la película o al personaje? ¿Experimentamos un hype casual o en verdad tenemos que plegarnos a los elogios provenientes de la Mostra de Venecia?
Hace 11 años, “The Dark Knight” de Nolan (antes del aluvión de películas chicle que nos ofrecería Marvel) tuvo el acierto de centrarse más en las acciones del Guasón, sin develar sus orígenes ni intentar explicar en demasía sus motivaciones (salvo el recordado motto “agente del caos”), ya que para eso estaba “Dos Caras”, quien ejemplificaba cómo un servidor incorruptible de la ley se transforma (psicológica y físicamente) en un desquiciado vigilante asesino.
En todo caso, los guiños a esa película de Nolan son constantes: el uso de las cuerdas disonantes en momentos de tensión (como sucede al acompañar la interrumpida transgresión de Arthur Fleck al acercarse al Banco de Gotham); la aparición grotesca del Guasón ante las pantallas de TV, las máscaras terroríficas de payasos asesinos que rondan por la ciudad y, sobre todo, la aparición del mismo Guasón dentro de la patrulla policial, tras el caos desatado.
Así, surge la pregunta: ¿resulta en verdad interesante conocer el origen “tragicómico” del Guasón? ¿Vale la pena explicar las causas de su comportamiento salvaje? ¿O esta curiosidad morbosa sólo responde a que nos parece, en el fondo, un personaje entrañable, dejando de lado la película en sí?
Al final, este film deja la sensación de ser una representación liviana y pueril de la venganza, de un “revanchismo” social poco reflexivo, algo así como el liderado por el artificial y pretencioso Bane de la fallida conclusión de la trilogía de Nolan. Asegurar que este Guasón del 2019 es un líder callejero de los “humillados y ofendidos”, un Espartaco quijotesco que refleja el dolor de los incomprendidos y “diferentes” es exagerado... Definitivamente, Phoenix le otorga humanidad a Arthur Fleck e inspira compasión (véase el contenido de su “tarjeta de presentación”, sus esfuerzos por mitigar su risa estertórea, los patéticos empleos temporales que realiza, los insultos y las palizas que recibe, tanto de pandilleros juveniles como de ebrios yuppies), pero tampoco la película se arma totalmente como un rompecabezas para justificar sus actos. Simplemente, es.
La preocupación que se tenía tras ver los primeros avances (y que se terminaron por confirmar) es que la evolución del personaje resulta (pese al metraje, a las secuencias recurrentes sobre el dolor, el sufrimiento, el tránsito a la locura, etc.) algo corta y explosiva, como en “Un día de furia”. Solo que aquí encontramos a un alter ego de Michael Douglas bailando, gesticulando y haciendo muecas. En todo caso, ambos desatan una violencia inusitada por donde quiera que pasan. Salvo que aquí hay un simbolismo más marcado: las escaleras que sube penosamente Fleck, tratando de alcanzar la esquiva ecuanimidad, para luego descender de los peldaños ya envestido como el Guasón, perseguido por la policía.
Lo más rescatable de todo (aparte de la performance de Phoenix, quien aparece monstruosamente famélico como Christian Bale, el Batman de Nolan, en “The Machinist”) es el viraje de la carrera filmográfica de Todd Philips, lamentablemente recordada (hasta ahora) por una historia ocurrente sobre una juerga de amigos en la Ciudad del Pecado. De lanzar al estrellato a un prácticamente descononocido Zach Galifianakis (“The Hangover”) a coronar la carrera de Joaquin Phoenix resulta sorprendente.
Quizá el Guasón no pueda ser redimido, pero el director de esta película, sí.
En esta ocasión, no encontramos los consabidos “antihéroes”, ni escenarios exóticos, ni grandes episodios históricos. No estamos ante una “epic movie”, sino ante la “nada” cotidiana, urbana... ante un personaje anodino, un típico “loser”, un perdedor del que no amerita detenerse. Podría hablarse a lo Heidegger y sentenciar que la “misma nada, nadea”. Y de ahí que los asistentes puedan salir de la sala sin ninguna enseñanza, efecto moralizante o alguna advertencia... salvo, quizá, una declaración contra el bullying sistemático, la discriminación social...
¿Qué decir de la película? ¿Abordamos la película o al personaje? ¿Experimentamos un hype casual o en verdad tenemos que plegarnos a los elogios provenientes de la Mostra de Venecia?
Hace 11 años, “The Dark Knight” de Nolan (antes del aluvión de películas chicle que nos ofrecería Marvel) tuvo el acierto de centrarse más en las acciones del Guasón, sin develar sus orígenes ni intentar explicar en demasía sus motivaciones (salvo el recordado motto “agente del caos”), ya que para eso estaba “Dos Caras”, quien ejemplificaba cómo un servidor incorruptible de la ley se transforma (psicológica y físicamente) en un desquiciado vigilante asesino.
En todo caso, los guiños a esa película de Nolan son constantes: el uso de las cuerdas disonantes en momentos de tensión (como sucede al acompañar la interrumpida transgresión de Arthur Fleck al acercarse al Banco de Gotham); la aparición grotesca del Guasón ante las pantallas de TV, las máscaras terroríficas de payasos asesinos que rondan por la ciudad y, sobre todo, la aparición del mismo Guasón dentro de la patrulla policial, tras el caos desatado.
Así, surge la pregunta: ¿resulta en verdad interesante conocer el origen “tragicómico” del Guasón? ¿Vale la pena explicar las causas de su comportamiento salvaje? ¿O esta curiosidad morbosa sólo responde a que nos parece, en el fondo, un personaje entrañable, dejando de lado la película en sí?
Al final, este film deja la sensación de ser una representación liviana y pueril de la venganza, de un “revanchismo” social poco reflexivo, algo así como el liderado por el artificial y pretencioso Bane de la fallida conclusión de la trilogía de Nolan. Asegurar que este Guasón del 2019 es un líder callejero de los “humillados y ofendidos”, un Espartaco quijotesco que refleja el dolor de los incomprendidos y “diferentes” es exagerado... Definitivamente, Phoenix le otorga humanidad a Arthur Fleck e inspira compasión (véase el contenido de su “tarjeta de presentación”, sus esfuerzos por mitigar su risa estertórea, los patéticos empleos temporales que realiza, los insultos y las palizas que recibe, tanto de pandilleros juveniles como de ebrios yuppies), pero tampoco la película se arma totalmente como un rompecabezas para justificar sus actos. Simplemente, es.
La preocupación que se tenía tras ver los primeros avances (y que se terminaron por confirmar) es que la evolución del personaje resulta (pese al metraje, a las secuencias recurrentes sobre el dolor, el sufrimiento, el tránsito a la locura, etc.) algo corta y explosiva, como en “Un día de furia”. Solo que aquí encontramos a un alter ego de Michael Douglas bailando, gesticulando y haciendo muecas. En todo caso, ambos desatan una violencia inusitada por donde quiera que pasan. Salvo que aquí hay un simbolismo más marcado: las escaleras que sube penosamente Fleck, tratando de alcanzar la esquiva ecuanimidad, para luego descender de los peldaños ya envestido como el Guasón, perseguido por la policía.
Lo más rescatable de todo (aparte de la performance de Phoenix, quien aparece monstruosamente famélico como Christian Bale, el Batman de Nolan, en “The Machinist”) es el viraje de la carrera filmográfica de Todd Philips, lamentablemente recordada (hasta ahora) por una historia ocurrente sobre una juerga de amigos en la Ciudad del Pecado. De lanzar al estrellato a un prácticamente descononocido Zach Galifianakis (“The Hangover”) a coronar la carrera de Joaquin Phoenix resulta sorprendente.
Quizá el Guasón no pueda ser redimido, pero el director de esta película, sí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Mucho hincapié se ha hecho en el contenido violento. ¿Era necesario?, ¿resulta gratuito?, ¿apoya la trama argumental? Precisamente la violencia explota en el primer clímax de la película, cuando aparece en el programa televisivo dirigido por un espléndido Robert de Niro (cuya salida de la trama es un homenaje al de Jackie Brown). Quizá se pudo aprovechar más su accidentado lazo maternal (en medio de la crisis en las calles y la dramatis personae de Fleck, su madre siempre lo llama “Happy”, aunque cuestiona si alguna vez logrará ser “feliz” siendo comediante). En todo caso, los asesinatos salvajes del Guasón lo hacen transitar por caminos harto conocidos y previsibles, haciéndolo precipitarse parcialmente en la “maldición de las precuelas”.
Y aquí entre en juego otro aspecto que ha estado sujeto a debate por los fanáticos: la intromisión de la Familia Wayne en la película: ¿fan service? Resulta bastante forzado sugerir una relación consanguínea de Fleck con el arrogante Thomas Wayne (quien indirectamente desata la furia de la población al calificar a los desposeídos como “payasos”) para luego desecharse y conectarlo inmediatamente con el drama de Bruce.
En medio de pedidos de Óscar para Phoenix, muchos se han aventurado a afirmar que este “Joker” es el “Taxi driver” posmoderno del nuevo milenio (se ofrece una variación del clásico monólogo, sólo que esta vez dirigido al televisor y ahora sí dispara). En realidad, resulta también exagerado. Más bien, es un eco de la ochentera “The king of comedy”. Tanta es su deuda con esta película de Scorsese, que incluso aparece De Niro como un calco (más viejo y patético) de su personaje de 1983, con retorcidas consecuencias para el Guasón.
Este antecedente fílmico quizá inspiró algunas secuencias alucinatorias (obvias, aunque el director nos las aprovecha por completo al develarlas y “explicarlas”). Quizá la más convincente es la que ofrece en el último tramo de la película, que contrasta el segundo clímax de la película (su rescate de la patrulla para fungir oficialmente como “agente del caos”) con la línea temporal “real”: su encierro en el manicomio.
Y aquí entre en juego otro aspecto que ha estado sujeto a debate por los fanáticos: la intromisión de la Familia Wayne en la película: ¿fan service? Resulta bastante forzado sugerir una relación consanguínea de Fleck con el arrogante Thomas Wayne (quien indirectamente desata la furia de la población al calificar a los desposeídos como “payasos”) para luego desecharse y conectarlo inmediatamente con el drama de Bruce.
En medio de pedidos de Óscar para Phoenix, muchos se han aventurado a afirmar que este “Joker” es el “Taxi driver” posmoderno del nuevo milenio (se ofrece una variación del clásico monólogo, sólo que esta vez dirigido al televisor y ahora sí dispara). En realidad, resulta también exagerado. Más bien, es un eco de la ochentera “The king of comedy”. Tanta es su deuda con esta película de Scorsese, que incluso aparece De Niro como un calco (más viejo y patético) de su personaje de 1983, con retorcidas consecuencias para el Guasón.
Este antecedente fílmico quizá inspiró algunas secuencias alucinatorias (obvias, aunque el director nos las aprovecha por completo al develarlas y “explicarlas”). Quizá la más convincente es la que ofrece en el último tramo de la película, que contrasta el segundo clímax de la película (su rescate de la patrulla para fungir oficialmente como “agente del caos”) con la línea temporal “real”: su encierro en el manicomio.