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Voto de sin_tiempo:
10
8,0
1.350
Drama
Dos hermanas viven con su padre, abandonado por su mujer. La más joven ha tenido una aventura y se ha quedado embarazada, la mayor ha abandonado a su marido y se ha refugiado con su hijo en la casa paterna. Cuando de pronto reaparece su madre, su estupor no tendrá límites. (FILMAFFINITY)
3 de octubre de 2012
30 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conocer el cine de Ozu lo cambia a uno como cinéfilo desde la primera vez, y tal cambio va más allá del visionado de sus películas. Sin conocer todavía muchas obras importantes de él, son innumerables las cosas que me conmueven e impresionan de Crepúsculo en Tokio. Como suelo consultar listas que hacen los críticos -ahora sí que nomás por 'gafapasta'-, me deja perplejo que ésta no sea equiparada a obras tan profundas y reconocidas como Primavera tardía, La hierba errante o, incluso, mi favorita, Cuentos de Tokio (AKA Historia de Tokio, como fue titulada en mi país).
Es invierno. La gente sale con cubrebocas para prevenir la gripe. Akiko y Takako viven con su padre. Ozu nos acerca a las cicatrices de cada una con respeto y profundidad, esperando a que el sufrimiento se desvele. Akiko espera a un novio que no la ama, mientras que Takako se resigna a la soledad de un matrimonio sin amor. Shukichi Sugiyama, el padre, se preocupa, pero de poco sirve. El frío, más que una simple estación, congela la posibilidad de encontrarse con el otro a través de algo tan aparentemente simple como la confesión: las dos hijas se rehúsan a compartir con su padre el dolor y la soledad.
La aparición súbita de la madre presuntamente muerta pareciera -sólo eso- dibujar un cambio a esa monotonía afectiva. Hasta una musiquilla más alegre nos regala Ozu cuando ella aparece en pantalla, y sobre todo, cuando se acerca a las hijas que abandonó. Justamente es desde la figura de la maternidad que Ozu conecta el desamparo interior de estas tres mujeres: el abandono, el silencio del aborto y el desamor conyugal que afecta a los hijos. No sé qué me produce que una cinta tan importante filmada por Ozu en torno a la maternidad sea tan dura y triste... tanto como la figura de Akiko.
Vayamos al grano con los instantes: cuando habla con su novio sobre el embarazo. Al fondo, un mar turbio, con barcos exhalando bocanadas negras de humo. En un bar, en pleno estado de ebriedad, Akiko le propina unas bofetadas que sólo un ser que ha perdido la fe en todo puede propinar. Su destierro de la vida lo alcanzamos a leer en el rostro de Kenji, quien llegó sardónico, pero que se queda pasmado y sin habla después de la tunda. Un sondeo descarnado y preciso de la soledad de Akiko. De pronto, tengo un traslado rapidísimo a la oscura obra de Kaurismäki llamada 'La chica de la fábrica de cerillos'. Sencillamente, brota.
Es invierno. La gente sale con cubrebocas para prevenir la gripe. Akiko y Takako viven con su padre. Ozu nos acerca a las cicatrices de cada una con respeto y profundidad, esperando a que el sufrimiento se desvele. Akiko espera a un novio que no la ama, mientras que Takako se resigna a la soledad de un matrimonio sin amor. Shukichi Sugiyama, el padre, se preocupa, pero de poco sirve. El frío, más que una simple estación, congela la posibilidad de encontrarse con el otro a través de algo tan aparentemente simple como la confesión: las dos hijas se rehúsan a compartir con su padre el dolor y la soledad.
La aparición súbita de la madre presuntamente muerta pareciera -sólo eso- dibujar un cambio a esa monotonía afectiva. Hasta una musiquilla más alegre nos regala Ozu cuando ella aparece en pantalla, y sobre todo, cuando se acerca a las hijas que abandonó. Justamente es desde la figura de la maternidad que Ozu conecta el desamparo interior de estas tres mujeres: el abandono, el silencio del aborto y el desamor conyugal que afecta a los hijos. No sé qué me produce que una cinta tan importante filmada por Ozu en torno a la maternidad sea tan dura y triste... tanto como la figura de Akiko.
Vayamos al grano con los instantes: cuando habla con su novio sobre el embarazo. Al fondo, un mar turbio, con barcos exhalando bocanadas negras de humo. En un bar, en pleno estado de ebriedad, Akiko le propina unas bofetadas que sólo un ser que ha perdido la fe en todo puede propinar. Su destierro de la vida lo alcanzamos a leer en el rostro de Kenji, quien llegó sardónico, pero que se queda pasmado y sin habla después de la tunda. Un sondeo descarnado y preciso de la soledad de Akiko. De pronto, tengo un traslado rapidísimo a la oscura obra de Kaurismäki llamada 'La chica de la fábrica de cerillos'. Sencillamente, brota.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
(algunos detalles importantes pueden ser revelados)
Recuerdo el final de Historia de Tokio, con un pequeño barco humeante que surca la playa aledaña al hogar del padre (también Chishu Ryu), quien ha quedado recientemente viudo. O los trenes filmados en Primavera tardía, con padre e hija felices conviviendo... mismos trenes que aquí están relacionados más con la tragedia y la desolación, e incluso con la futilidad. Sin demasiado énfasis, Ozu consigue una obra mayor erigida en la desgracia y, sobre todo, en el olvido de eso que algunos llaman felicidad. No siendo fatalista sino limitándose a observar, 'Crepúsculo en Tokio' es una película cuya redención -cuando la hay- subyace no en perseguir lo perdido, cual arcadia que promete la dicha. Por otro lado, parece residir en la sencilla y difícil decisión de seguir viviendo/fluyendo, a pesar de. Según yo, ese fue el camino elegido por Takako, por el padre (plano final), por la madre (aún cuando esperaría a Takako en la estación, sin recibir respuesta) y, por supuesto, por la hermosa y desdichada Akiko: "quiero empezar una nueva vida".
Recuerdo el final de Historia de Tokio, con un pequeño barco humeante que surca la playa aledaña al hogar del padre (también Chishu Ryu), quien ha quedado recientemente viudo. O los trenes filmados en Primavera tardía, con padre e hija felices conviviendo... mismos trenes que aquí están relacionados más con la tragedia y la desolación, e incluso con la futilidad. Sin demasiado énfasis, Ozu consigue una obra mayor erigida en la desgracia y, sobre todo, en el olvido de eso que algunos llaman felicidad. No siendo fatalista sino limitándose a observar, 'Crepúsculo en Tokio' es una película cuya redención -cuando la hay- subyace no en perseguir lo perdido, cual arcadia que promete la dicha. Por otro lado, parece residir en la sencilla y difícil decisión de seguir viviendo/fluyendo, a pesar de. Según yo, ese fue el camino elegido por Takako, por el padre (plano final), por la madre (aún cuando esperaría a Takako en la estación, sin recibir respuesta) y, por supuesto, por la hermosa y desdichada Akiko: "quiero empezar una nueva vida".