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Voto de Vivoleyendo:
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Drama
En un pueblo minero de Gales viven los Morgan, todos ellos mineros y orgullosos de serlo y también de respetar las tradiciones y la unidad familiar. Sin embargo, la bajada de los salarios provocará un enfrentamiento entre el padre y los hijos; porque mientras éstos están convencidos de que la unión sindical de todos los trabajadores es la única solución para hacer frente a los patronos, el cabeza de familia, en cambio, no quiere ni ... [+]
9 de junio de 2008
74 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando la mina tatúa en la piel la pátina indeleble del carbón, nada puede borrarla.
Cuando la mina sangra, de sus entrañas telúricas arroja las lágrimas de un pueblo entero.
Cuando la mina se torna de infierno en sepultura, y de sepultura en infierno, arrastra consigo el lamento de cientos de almas.
La mina, benefactora y tumba áspera, ruda, cruel y caprichosa que hace aspirar polvo de carbón y sudar sangre a quienes viven de ella.
En los tiempos de las grandes explotaciones mineras con las que unos cuantos poderosos británicos de escasos escrúpulos y gran ojo para las libras esterlinas se enriquecían espectacularmente tanto dentro como fuera de Gran Bretaña, miles de humildes mineros se hacinaban en poblaciones que se creaban y se sostenían merced a esas entrañas ingratas excavadas en una tierra sometida a la industrialización que codiciaba sus tesoros minerales.
Las famosas y legendarias minas galesas de carbón crearon a su alrededor pueblos de esforzados mineros.
La de minero es una de las profesiones más duras, peligrosas y malsanas que hayan podido existir, sobre todo en países y en políticas cuyas leyes sólo favorezcan la caja de caudales de los poderosos en detrimento de las condiciones laborales de los obreros que se dejan la piel y la salud entre las vetas de mineral tan costosas de obtener.
El incontestable John Ford, llevando magistralmente al cine una novela de Richard Llewellyn, agitó esa varita suya que contenía toda clase de genialidades.
Con un movimiento de varita, creó un pueblo minero dotado de un vívido espíritu colectivo, de tradición y de esa belleza irrepetible que poseen los lugares donde uno ha crecido. Incluso si ese sitio respira el aliento del carbón, nunca habrá un valle más verde que el que fue pisado por los pies del niño que habrá de rememorarlo para siempre.
Con otro movimiento de su varita, dio vida a una familia que se alzaría en el pódium de las familias más entrañables del cine.
Ford viene a contarnos algo que ya sabemos, pero que no nos cansamos de escuchar ni de ver.
Nos cuenta que nada ilumina más el camino de la infancia que esos padres que se arrancarían los ojos por nosotros. Que se desloman por nosotros. Que nos preparan, con amor y enarbolando su espada protectora, para la dureza que aguarda agazapada y esperando su momento para saltar.
Nos cuenta lo efímera pero sólida que es esa seguridad suprema del niño que crece entre esos pequeños grandes héroes cotidianos.
Cuando la mina sangra, de sus entrañas telúricas arroja las lágrimas de un pueblo entero.
Cuando la mina se torna de infierno en sepultura, y de sepultura en infierno, arrastra consigo el lamento de cientos de almas.
La mina, benefactora y tumba áspera, ruda, cruel y caprichosa que hace aspirar polvo de carbón y sudar sangre a quienes viven de ella.
En los tiempos de las grandes explotaciones mineras con las que unos cuantos poderosos británicos de escasos escrúpulos y gran ojo para las libras esterlinas se enriquecían espectacularmente tanto dentro como fuera de Gran Bretaña, miles de humildes mineros se hacinaban en poblaciones que se creaban y se sostenían merced a esas entrañas ingratas excavadas en una tierra sometida a la industrialización que codiciaba sus tesoros minerales.
Las famosas y legendarias minas galesas de carbón crearon a su alrededor pueblos de esforzados mineros.
La de minero es una de las profesiones más duras, peligrosas y malsanas que hayan podido existir, sobre todo en países y en políticas cuyas leyes sólo favorezcan la caja de caudales de los poderosos en detrimento de las condiciones laborales de los obreros que se dejan la piel y la salud entre las vetas de mineral tan costosas de obtener.
El incontestable John Ford, llevando magistralmente al cine una novela de Richard Llewellyn, agitó esa varita suya que contenía toda clase de genialidades.
Con un movimiento de varita, creó un pueblo minero dotado de un vívido espíritu colectivo, de tradición y de esa belleza irrepetible que poseen los lugares donde uno ha crecido. Incluso si ese sitio respira el aliento del carbón, nunca habrá un valle más verde que el que fue pisado por los pies del niño que habrá de rememorarlo para siempre.
Con otro movimiento de su varita, dio vida a una familia que se alzaría en el pódium de las familias más entrañables del cine.
Ford viene a contarnos algo que ya sabemos, pero que no nos cansamos de escuchar ni de ver.
Nos cuenta que nada ilumina más el camino de la infancia que esos padres que se arrancarían los ojos por nosotros. Que se desloman por nosotros. Que nos preparan, con amor y enarbolando su espada protectora, para la dureza que aguarda agazapada y esperando su momento para saltar.
Nos cuenta lo efímera pero sólida que es esa seguridad suprema del niño que crece entre esos pequeños grandes héroes cotidianos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Nos cuenta que es inútil hacer nada que no esté impulsado por el amor. Que, cuando hacemos las cosas impulsados solamente por motivos egoístas, materialistas, hipócritas y malévolos nos abocamos a destruirnos y a mordernos entre nosotros.
Nos cuenta que hay distintos modos de alzar la voz frente a las injusticias.
Nos cuenta que tarde o temprano los polluelos tienen que volar, y que ni todo el cariño de los padres puede evitar que se estrellen, ni su afán protector prevenir que elijan su propio camino.
Nos cuenta una soberana lección acerca de la bondad, de la resignación, de la fe y de la esperanza. Acerca de las renuncias, de las caídas y de los resurgimientos.
En suma, una lección de vida que emana del corazón de la tierra.
Nos cuenta que hay distintos modos de alzar la voz frente a las injusticias.
Nos cuenta que tarde o temprano los polluelos tienen que volar, y que ni todo el cariño de los padres puede evitar que se estrellen, ni su afán protector prevenir que elijan su propio camino.
Nos cuenta una soberana lección acerca de la bondad, de la resignación, de la fe y de la esperanza. Acerca de las renuncias, de las caídas y de los resurgimientos.
En suma, una lección de vida que emana del corazón de la tierra.