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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama. Romance Durante un viaje en autobús, la vedette de una compañía francesa de revista sufre un ataque de apendicitis y debe quedarse en un pueblo español para ser operada. Su llegada revoluciona la conservadora y aburrida vida de la localidad, y especialmente la del médico que la trata. (FILMAFFINITY)
6 de junio de 2010
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había directores como Berlanga o Bardem que eludían la censura con un arte rayano en el virtuosismo. Conocían demasiado bien los bordes, las fronteras de ese ejercicio de espionaje con lupa, tijeras y bolígrafo para eliminar lo inconveniente. Como artistas, se sabían al dedillo los límites de lo lícito. Pero, hecha la ley, hecha la trampa. Como culebras deslizándose por un breve agujero que los centinelas no advierten, ellos deslizaban, con la discreción de la sutileza, contenidos con abundante carga explosiva de detonación retardada y silenciosa.
Un hecho cuanto menos curioso. La censura sacaba lo mejor de algunos valientes que exprimían sus posibilidades en una expansión inusitada para lo que se podría creer en un régimen dictatorial. Prueba definitiva de que, soterradamente, y reptando por los subterráneos, se puede burlar a los sabuesos apostados a la entrada.
Bardem recorrió esos subterráneos, excavó intrincados túneles que hoy día siguen maravillando. Burló el bloqueo moralista pasando ante sus narices argumentos sobre hipocresía social, pasiones “inmorales”, adulterios, conductas “escandalosas”, en suma perniciosos mensajes que podían contaminar la maleable mentalidad pública. Los vientos del pensamiento, del conocimiento y de la capacidad crítica, esos grandes temores de los dictadores, se colaban invisibles.
Con qué pesimista ojo sabía Juan Antonio Bardem trazar la aplastante rutina de la España negra de beatas y mantillas, de maridos de doble vida, de lenguas indiscretas, del veloz gesto de la señal de la cruz conjurando el pecado, de las escondidas ganas de marcha y pasión reprimidas. De qué manera esa fotografía de grises y oscuridades era el espejo de un latido colectivo de frustración y humores resabiados.
Las tonalidades mates e indistintas de las vestimentas de mujeres y hombres constituyen el uniforme nacional. Nadie tiene agallas para destacar entre tanta homogeneidad. Y nunca se nota tanto el contraste como cuando un color chillón y desafiante cae en medio de la marea gris. Eso es Jacquie, la vedette francesa caída por casualidad o por las artes del demonio en un pueblo cualquiera. Su aparición causa una oleada de habladurías. La población al completo se solivianta. La alta, rubia y sensual extranjera con su musical lengua y sus disipadas costumbres es el diablo en la obtusa mente de mujeres envidiosas y celosas, y de hombres que juzgan a las féminas con dos raseros (las decentes y las perdidas). La monotonía comunal se desahoga a costa de la francesa que engloba lo prohibido y lo deseado. La doble moral donde la mujer ocupa un puesto de inferioridad se manifiesta en esos bares masculinos donde ellos jalean lascivamente los bailes improvisados de la bella libertina sin acordarse de sus esposas decorosamente enclaustradas en casita. Se pone de manifiesto en ese médico aburrido e infiel que tiene a su típica mujercita florero-felpudo para que aguante carros y carretas, mientras él echa una canita al aire cuando le place.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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