Una chica locamente enamorada se ha quedado viuda a los veintinueve años. Ha perdido al amor de su vida y éste había planeado una estrategia para ayudarla a pasar el terrible trance. Le ha dejado unas cartas en las que le inyecta alegría de vivir, optimismo y le pide que haga una serie de cosas.
Mezcla entre drama y comedia, este relato sobre la superación de una gran pérdida cuenta con dos figurones que le dan mucho empaque: Hilary Swank y la inigualable Kathy Bates, en sendos papeles de madre e hija. Las escenas en las que están juntas provocan un nudo en la garganta; dos mujeres desamparadas y golpeadas pero que, como dice Bates, “aunque estemos solos, estamos unidos en la soledad”. Una afirmación tan triste como certera, con su melancólico punto de consuelo, y sin duda la frase más bella de toda la película.
Como todo el que de repente se ve privado de alguien amado, Holly a menudo se ahoga, va a la deriva, no sabe lo que busca, las lágrimas le afloran constantemente, los recuerdos la abruman, la felicidad de otros que están a su alrededor le resulta insoportable porque le restriega lo que ella ya no tiene. Pero Gerry, que la conocía mejor que ella misma, desde sus cartas la empuja hacia el vibrante mundo, hacia todas las puertas que tiene delante, las posibilidades que la aguardan. Se despide de ella con todo el amor que siempre le tuvo, la lleva de la mano durante un tiempo, para ir soltándosela suavemente, cuando Holly ya pueda soportar su ausencia.
Y ahí están también su familia y sus amigos, aportándole sus consejos, sus locuras y sus propios dramas, alegrías e inquietudes. Todos entran en el plan de Gerry.
Quien te quiere, te hará libre, porque en el amor verdadero no hay cadenas, sólo alas para poder volar muy alto.