Cómo nos puso Scorsese los pelos de punta cuando estrenó este thriller en el que De Niro ofreció uno de sus papeles más siniestros. Difícil no recordar nítidamente aquel cuerpo de recios músculos, tatuado casi en cada centímetro de piel, que era el vivo retrato de una malignidad exacerbada. Aquel rostro de matón empedernido, con los negros ojos que eran la encarnación de un odio ilimitado. Sólo verlo en la pantalla era ya un germen de pesadillas seguras.
Nick Nolte dio forma, por su parte, a uno de los personajes más logrados de su carrera. No se trataba de ningún papel de digno héroe ni de perdedor. Hacía de un abogado de oficio que, al verse obligado a defender a un violador y llevado por un arrebato de tomarse la justicia por su mano (y cuántos no habrían querido hacer lo mismo en su situación), manipuló el caso y encarceló sin miramientos al criminal.
El letrado, satisfecho no solamente de no haber puesto el menor empeño en la defensa, sino también de haberse saltado el protocolo legal, respiró tranquilo en cuanto vio al demonio entre rejas.
Lo malo es que los años pasan y muchos demonios salen de la cárcel.
El abogado ricachón ve peligrar su pellejo y su pudiente núcleo familiar, compuesto por una esposa bellezón como Jessica Lange y una hija adolescente de cascos ligeros y hormonas revueltas. También el círculo de antiguas amantes del letrado caerá bajo la sombra terrorífica de la amenaza.
Qué escalofríos ante esa malsana aura del depredador y su maestría al acorralar los puntos débiles de su oponente: las mujeres que lo rodean. Entre ellas, su niña de quince primaveras.
La historia readaptada de uno de los acosos mejor logrados del celuloide.