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España España · Somewhere Far Beyond
Voto de Richy:
9
Comedia Un humilde barbero judío que combatió con el ejército de Tomania en la Primera Guerra Mundial vuelve a su casa años después del fin del conflicto. Amnésico a causa de un accidente de avión, no recuerda prácticamente nada de su vida pasada, y no conoce la situación política actual del país: Adenoid Hynkel, un dictador fascista y racista, ha llegado al poder y ha iniciado la persecución del pueblo judío, a quien considera responsable de ... [+]
5 de diciembre de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la barbarie nazi en la SGM se han rodado kilómetros de celuloide que han reflejado, con más o menos acierto, esa época en la que la Humanidad se hundió en el abismo más oscuro. La megalomanía imperialista de Hitler ha supuesto un torrente cultural que aún no ha encontrado su fin, en literatura, cine y otros medios. En la gran mayoría, el retrato del dictador alemán suele ser de un individuo cruel, sanguinario, loco y capaz de las mayores atrocidades.

Charles Chaplin no se quedó atrás. Cambió el registro de sus magníficas comedias mudas por el cine sonoro con “El gran dictador”, y con ello no sólo se arriesgó a cambiar su estilo cinematográfico sino que también se arriesgó a rodarla cuando Hitler invadía Polonia, cuando Alemania aún no era enemiga de Estados Unidos. Chaplin no dudó al ponerse en las carnes de Hynkel, dictador de Tomania, poniendo todo en el asador en una parodia tan recordada que ya forma parte de la imaginería popular.

“El gran dictador” es todo un ejemplo de atrevimiento, de crítica y denuncia contra las dictaduras despóticas y fascistas, cuyos representantes en la época, Hitler y Mussolini, son relegados a figuras patéticas, caricaturescas y cómicas. La soberbia y el derroche de poder verbal propagandístico de Hitler es parodiado de forma magistral por Chaplin, el cual emplea un sucedáneo del alemán cada vez que da un discurso, o se ridiculiza frente a sus acólitos a base de torpezas y estupideces. Hynkel es un loco, humillado por haber perdido la Primera Guerra Mundial, poseedor de un poderoso ejército y deseoso de extender su gloria por todo el orbe. Un orbe del que, en una de las secuencias más brillantes de la historia del cine, se siente propietario y se dedica a jugar con él, acompañando esos delirios con la música de Wagner. Toda una declaración de intenciones.

Con Chaplin siempre hay una parte dramática, evocadora del romanticismo del cine mudo y portadora de la inocencia que ha hecho el cine de Chaplin inmortal. En “El gran dictador” no podría ser otra que el barbero Charlot, la figura que le dio la fama y que aquí tiene su barbería en un gueto judío de Tomania. No faltan las escenas preeminentemente mudas, en cuyos gags mímicos destaca por encima de todos el afeitado al ritmo de Brahms. Este barbero, con un gran parecido al dictador, será el encargado de realizar el discurso más sentido, sincero y atrevido que se ha visto jamás en una pantalla de cine. Todo un alegato antifascista, tan profundo que es el mismo Chaplin el que se despoja de sus personajes y lanza el grito en el cielo, utilizando todo el poder del cine sonoro a su disposición, ante la barbarie que estaba viviendo el mundo en aquel momento.

El filme es, irónicamente, el más conocido de Chaplin y el que menos características suyas tiene, algo comprensible de un autor especializado exclusivamente en el cine mudo. Aun así, su esencia sigue presente en cada fotograma, cada escena en blanco y negro, de una cinta que sigue teniendo un fuerte poder concienciador a pesar de los años. Después de todo, la intolerancia y el fanatismo siguen siendo males endémicos de nuestro mundo.

Obra maestra.
Richy
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