Hartley narra la extraña amistad que se forma entre un delincuente condenado por delitos sexuales recién salido de la cárcel y un acomplejado barrendero, prácticamente mudo, con gran afición a escribir autodidactamente poesía. Hartley nos crea un contexto turbio, presidido por lo lúgubre y los bajos instintos matizados por los brotes de insana y transgresora poesía desparramada en la tienda china del barrio.
El resultado es rotundo, duro, áspero, un ejemplo notable de cine independiente, de personajes marginales, aturdidos, dónde el autor convence en su metáfora de ser un espejo honesto desde lo impío, malsano y turbulento de la (monstruosa) deformidad de nuestro mundo.
Con ecos de Jarmusch, Hartley habla de los problemas de comunicación verbal de nuestra sociedad, del valor sustitutivo, oxigenante, de la palabra escrita, de la amistad, en un complejo argumento con ricos vasos comunicantes entre los dos protagonistas (magnífica interpretación de ambos). Bastante recomendable, fue premio al mejor guión en Cannes (no me extraña).